44. Reforzar el punto

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Stay the Night –Zedd ft, Hayley Williams


Adam

Tras un viaje de dos horas, llegamos a Rhode Island. Traté por todos los medios, al organizar este viaje, que fuera un lugar que nos permitiera salir sin problemas ni paparazzi, pero tengo claro que, haga lo que haga, la ansiedad de ser reconocido en la calle me tendrá incómodo la mayor parte del tiempo.

Nunca he visitado esta playa y le indiqué a mi hermano mayor que hiciera las reservaciones a su nombre, solo por si acaso (sí, sí, soy paranoico). Me sorprendo gratamente cuando llegamos al hotel, puesto que recibo un mensaje de texto del susodicho, indicando que la habitación estaba bajo el nombre de "Betrieb Bak", siendo este último el apellido de soltera de nuestra madre.

Acomodamos nuestras cosas y nos disponemos a aprovechar el día. Me hago la idea de salir con mi mejor cara, sabiendo que podemos encontrarnos con multitudes y que no podré abrazarla o besarla cuando yo quiera. Pero cuento con que llegue la noche y con ella podamos mimetizarnos entre la gente y ser un poco más libres, considerando que, en Boston, hay muchos obstáculos para poder ser nosotros mismos, partiendo por sus padres.

Mientras intento camuflarme, Huntzberger actúa con naturalidad. En varios momentos de nuestro paseo, olvido de que soy alérgico a la puta gente, solo porque me pone nervioso que Danka quiera subirse a todas las superficies con su skate. Mis aprensiones son infundadas, pero no puedo evitarlo.

El minuto en que de verdad puedo relajarme, es cuando llegamos a un sitio apartado de la playa, en el que casi nadie circula y podemos sentarnos a mirar el atardecer. Bueno, yo lo hago y ella sigue deambulando, como si le hubieran cambiado recién las pilas.

Mientras Danka se dedica a lo suyo, saco mi libreta y comienzo a dibujar lo que veo, que se resume en pelo, piruetas y olas. Solo me saca de mi concentración el click de una cámara fotográfica. Mierda.

—¡Soy yo, soy yo! —exclama Danka—. Perdón, debí avisarte... ¡Es que te veías tan lindo todo concentrado!

Aún me cuesta salir del susto. Me siento helado, pero trato de recomponerme.

—¿Lindo? No vengas a tratarme como a un peluche, Danka Sahar —la reprendo, jalándola de la manga, hacia abajo, logrando que caiga de rodillas a mi lado.

Huntzberger contiene el aliento unos segundos y luego sonríe con picardía.

—¿Te he dicho lo mucho que me pone que me llames así, con tu acento polaco?

—Eso está mejor —indico, colocando sus rizos detrás de la oreja—, pero siguen sin gustarme las fotos.

—Puedo hacerte cambiar de opinión.

—Lo dudo.

—¿Cuánto quieres apostar?

—Lo que quieras.

—Si logro que te guste una foto, te bañas conmigo.

—¿En el hotel? —pregunto, esperanzado. La castaña niega—. ¿Aquí? —Danka asiente y, como estoy convencido de que perderá, ni me inmuto—. Como sea.

Los ojos se le iluminan y comienzo a dudar de lo que tendrá en mente. En una rápida maniobra, Danka mete la cámara dentro de su ropa, a través del cuello, y toma una fotografía hacia abajo. Al finalizar, entrecierro los ojos, detectando la trampa en la puta apuesta que hicimos. Podría hacerme el interesante, pero, al carajo, quiero ver eso.

—Dijiste que no te gustaban las fotos —se burla, adivinando mi intención de arrebatarle la cámara de las manos—. No creo que quieras ver esta. A menos, claro, que quieras meterte al agua conmigo.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora