45. Por extraño que parezca

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Echo –Incubus


Danka

Estuve a punto de decirle todo. Casi tomo ese camino, impulsivamente, y no solo le cuento toda la basura que me persigue del pasado, sino aquello que ya parece una verdad ineludible del presente. Ya no es un "me estoy enamorando de ti", no. ¿La verdad? Creo que es mucho más y me aterroriza hasta pensarlo.

Pero, ya que estamos en retrasar un poco el momento para disfrutarlo más, me guardo esa información y le pido que bailemos. A regañadientes, acepta y nos dirigimos hacia la pista, la cual se encuentra repleta de personas, tanto así, que nadie nos presta atención. Adam tarda algunos minutos en sacar la tensión de sus hombros, mas, cuando empieza a sonar I kissed a girl de Katy Perry, canción con la que solemos hacer bromas entre los dos, se relaja considerablemente e incluso me canta una parte al oído, con un humor inusual viniendo de él.

Como bailar es una de mis actividades favoritas en el mundo, me dedico a disfrutar y moverme como se me da la gana, deleitándome por como mi acompañante me sigue, a su manera, cada vez menos cohibido. Por el calor del lugar y el movimiento, el sudor hace que la camisa de Adam se apegue levemente a su piel. Cuando tomo consciencia de esto, voy reduciendo nuestra pista de baile. Me acerco a él, apoyando ambas manos en su torso y le agradezco a la música por darme una excusa para joderlo con nuestra proximidad.

No hablamos, pero sé por sus ojos que comencé una guerra. Decido girarme hasta darle la espalda y luego cogerle ambas manos para llevarlas a mi cintura. Ya casi no necesito moverme para provocarlo. Sin embargo, de pronto me entra un nervio inexplicable por lo que estoy haciendo en público y estallo en risa. No es hasta que vuelvo a ponerme de cara a él que me doy cuenta de que he cavado mi propia tumba. Sus ojos azul oscuro son implacables. Al principio pienso que nos va a sacar de aquí a la velocidad de la luz. En cambio, se aproxima a mí para hacerme una petición:

—¿Puedes hacer esa mierda que haces con tus caderas?

—¿Cuál?

Esa —demanda, con oscura elocuencia, al mismo tiempo que me toma por la zona indicada y me acerca a él— que hiciste en el cumpleaños de Darla.

Abro mis ojos, sorprendida.

—¿Quieres que baile como...?

—Ya me oíste. —Saca la billetera de su bolsillo trasero y extrae un rectángulo de color negro, ofreciéndomelo— Toma.

No sé a qué está jugando, pero... me gusta.

—¿Tu tarjeta de crédito? —inquiero, entre divertida y anonadada—. ¿Quieres que sea tu puta?

El baterista de los Dark Wolves niega con la cabeza.

—5107, esa es la clave. Y no. No quiero que seas mi puta —declara, con una mano apoyando la tarjeta en mi nariz y con la otra trazando curvas a lo largo de la piel desnuda de mi espalda—. Desde que llegaste al lobby, apenas puedo pensar en otra cosa: quiero que hagas lo que quieras conmigo. Me tienes jodidamente loco, Huntzberger. —Suspira contra mi boca y se me eriza todo el cuerpo—. Por favor, báilame.

¿Adam Seitz sumiso? A mí no me lo tienen que pedir dos veces.

Le quito la tarjeta de las manos solo para insertarla en el bolsillo delantero de su camisa y dar unos pasos lejos de él. Con una mano, aparto el pelo que cuelga de mi coleta y lo instalo en mi hombro izquierdo. A continuación, hago lo que me ha pedido, mientras me divierto con la expresión en los ojos de mi contraparte. No pasa mucho tiempo cuando su mirada denota la petición implícita para largarnos de ahí.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora