8. Diecinueve de enero

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Somewhere only we know - Keane


Adam

El concierto fue decente.

El camino de vuelta a Boston, no tanto.

Por suerte, en mi batería quedó gran parte de mi frustración. Eso y el hecho de que nadie me preguntara detalles relacionados a mi madre. Admito que, para odiar las banalidades del protocolo, hoy saqué todo el provecho del "no se hacen preguntas incómodas si alguien se murió". Al menos así fue hasta que nos subimos al bus.

Primero vino Joseph, después Hans. Ambos pidiéndome que participara de la celebración post concierto. Obviamente, ninguno triunfó y yo aproveché el último momento de calma que me quedaba, escuchando música en los asientos de atrás. Sabía que, si ellos no conseguían sacarme de mi ánimo antisocial, ocuparían artillería pesada, es decir, mandarían a Daniel a que me jodiera las pelotas. Y pueden apostar a que, de ser por mí, me lo perdía sin falta.

Llevamos cerca de una hora de viaje y al inicio fue que se entregó la noticia, de modo que desde ese momento el ruido y los saltos de todos hicieron casi imposible aislarse de la situación. Sin embargo, eso no impidió que aprovechara la algarabía para escurrirme a un rincón con mis audífonos puestos. El anuncio no es una novedad, yo creo que era bastante obvio y natural que termináramos la gira con ellas, para que promocionaran su trabajo. De igual manera, el ruido ensordecedor y celebración dentro del bus, me da dolor de cabeza.

Me armo de paciencia. Detesto parecer un puto misógino y arrancar ante la expresión de emociones festivas por parte de las Sweet Nightmare. Preferiría pegarme un tiro antes que... Joder, detestaría a un idiota que hiciera lo mismo que yo. Ansiedad social o lo que sea. No sé. Ya dije, en realidad soy solo un imbécil. Lo concreto es que, si los demás piensan que soy un gilipollas detestable, tampoco están muy lejos de la realidad.

El bus se encuentra acondicionado para que podamos estar en él por varias horas cómodamente. Solo a un costado tiene una corrida de asientos dobles, al otro hay mesas plegables, equipos de música y demás. Nunca los habíamos ocupado con gente externa a la banda, pero hay espacio de sobra. Todos están en lo suyo y me parece perfecto. Finjo que estoy durmiendo para que nadie me pida interacción social.

Personalmente, no me tiene exultante la maldita perspectiva de tener tanta gente que no conozco a mi alrededor por tanto tiempo, pero ya está. Nosotros también fuimos apadrinados por otra banda en su momento. Devolver la mano a través de estas seis chicas es justo. Además, no creo que me las tope demasiado. Lo de saltarme la actividad social es algo que se practica y perfecciona con los años. A estas alturas, no tengo ningún problema en irme al carajo cada que me aburre la gente.

Aunque, para ser justo, solo la mitad de la banda me parece irritante, esa que incluye al trío de Mayra, Liz y Annisse (esta última no me desagrada, pero como son inseparables, prefiero ignorarla para que sus amiguitas no me hablen). La otra mitad no está tan mal. Darla, Mini Uchiha y Danka son tolerables. Supongo que no quedará más remedio que acostumbrarme.

Tengo que esforzarme más, de otro modo, el próximo mes va a ser una puta tortura.

Cada cierto rato, abro un poco los ojos, percatándome de cómo la luz artificial atraviesa la carretera. Me dejo llevar por la música que llega a mis oídos. En este preciso instante escucho una canción que hace poco había entrado a mi ipod y que difícilmente se ajusta o parece al resto de su contenido: Somewhere only we know de Keane.

Creo que compro mi propia farsa y me quedo dormido por unos minutos. Entonces, un olor a café bastante familiar llega a mis fosas nasales. Aprieto los ojos, porque sé quién ha decidido venir. Voy a lamentar estar vivo.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora