11. Películas

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House of Wolves – My Chemical Romance


Danka

Quedan unos días para el gran viaje y, según me dijeron mis compañeras de banda, se utilizarán en ensayar los setlist de los dos grupos. Una vez conseguí el permiso de mis padres, me comuniqué con ellas y tratamos de que los horarios de reunión calzaran con mis actividades de estudiante a punto de graduarse. Admito que me da un poco de vergüenza. Mis amigas están acostumbradas, pero el resto no. Los Dark Wolves son mayores, además. Seguro deben sentirse cabreados por la situación. Ay, ay, ay. No sé en qué me metí, sin embargo, ya no hay vuelta atrás.

Mis amigas me han contado todo lo que ha ocurrido durante los ensayos que yo no asistí y los comentarios, al principio, se centraron en la sala de ensayo, ubicada en la mansión en la que vive Daniel Neveu. Su familia es de muy buena situación económica, mas el cantante hace mucho tiempo que no necesita del dinero de sus padres para que lo mantengan, ya que él no tiene solo la banda, sino también modela y trabaja como productor musical en el mismo sello discográfico que alguna vez acogió a los Dark Wolves.

La mansión se encuentra cerca del barrio en el que solía vivir Darla antes de mudarse con su novio. Queda apartada de la zona en que yo vivo, por lo menos cuarenta minutos. Me pregunto qué tipo de sensación me producirá estar en una casa de tal envergadura, si me sentiré más pequeña de lo que ya soy. Es como si me dirigiera a la locación de una película protagonizada por Leonardo Dicaprio, pero yo vengo del universo Rugrats.

Menor que todos. Estudiante.

Jiji. Bueno, qué deprimente. No es como si alguno (ni en mi banda ni en la de ellos) me hubiera hecho un comentario para menospreciarme, pero ¿saben qué? A veces prefiero insultarme un poquito de antemano para después no sorprenderme tanto. Sé que no tiene sentido, pero ayuda a calmar un poco la verborrea mental cuando no sabes a qué atenerte.

Luego de salir de clases, recorro en mi skate las distintas calles de la ciudad que llevan a la mansión Neveu y, después de la media hora que había calculado, veo a qué se refería Darla cuando me dijo que no podría llegar en mi patineta al final del camino. Delante de mí, implacable, me encuentro con una calle en ascenso que me hace maldecir la mochila que tengo colgada en la espalda.

Me pongo el skate bajo el brazo y empiezo a subir. Las "casas" se separan con mucha diferencia unas de otras y casi todas tienen enormes portones y barrotes que no permiten ver el interior de las residencias. Conforme miro la numeración de cada una, me rio para mis adentros al percatarme de que la casa de Daniel es la última, en lo más alto.

Admito que me canso un poco. Sobre todo, porque subí con las ansias de saber que soy la última en llegar, dado que el ensayo había sido convocado un poco antes. No por un motivo en particular, relacionado con el ensayo en sí. Al parecer, en la semana que yo desaparecí, ambas bandas ya habían comenzado a afianzar vínculos.

Qué ganas de saber si mi pelo es un desastre, pero como no hay ninguna superficie reflectante a la redonda, decido recogerlo en un moño alto que sé que después de un rato me hará doler la cabeza.

Toco el timbre. El segundo a la izquierda, como me habían instruido (sí, porque cada sección de la mansión tiene su propio citófono). Menos de un minuto tardo en escuchar la voz de Daniel, al otro lado del comunicador.

Bonjour, ¿qué se le ofrece?

—Hola, soy Danka.

—¡Llegó Dankie! —Se escucha caos y alboroto—. Hola, nena. ¿Contraseña?

¡¿Qué?! Nadie me dijo nada de una puta contraseña.

—¿Ah? —balbuceo como respuesta.

—No. Esa no es.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora