30. Acompañantes

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I Bet You Look Good on the Dance Floor – Artic Monkeys


Danka

Me gustaría decir que pienso bien las cosas y que me tomo un tiempo prudente para procesarlas, pero ya todos sabemos que no es así. Mi cuerpo no debe tener ni idea de qué significa supervivencia, ya que el miedo jamás me ha paralizado, sino todo lo contrario. Y como nada es absoluto, una parte de mí se beneficia de esto y la otra, pues no. Supongo que mi padre estaría feliz si yo mantuviera la cabeza gacha y me escondiera, pero no hago más que desacreditar sus deseos, alejando la línea de lo posible cada vez más.

¿Riesgoso? ¿Imprudente? Quizás ya viene siendo hora de que lo haga mi estandarte. No es a propósito esto de ser una pesimista con piel de optimista cínica, pero creo que a nadie le hace mal un poco de luz de vez en cuando, no creo que sea mucho pedir que lo que veo sea verdad; creer un momento que, aunque no sepa cuál es mi parte favorita del amor, pueda tener la extraña sensación de que mirarlo hará que la respuesta sea más fácil.

Me acomodo en el sillón en el que dije que revisaría unos apuntes de psicología y estudiar para los exámenes finales que he estado evadiendo mentalmente todo este tiempo. Los Dark Wolves están ensayando para el show que tienen en Florida en unos días y todas se encuentran reunidas alrededor de ellos. La sala se llena con el sonido de City of the damned, mientras yo figuro parapetada entre cojines, pretendiendo que puedo concentrarme mientras suena semejante canción.

Miro una vez mi cuaderno. Otra, hacia la banda, como si hubiera una decisión real que tomar. Claro, hasta que la maldita canción me pone la piel de gallina y cada resquicio de mi atención se va al baterista. La misión estaba destinada al fracaso, lo asumo. No puedo no quedarme suspendida en el tiempo con todas las partes que tiene esta canción, que va desde el punk rock a secciones casi acústicas y, en cada una, la batería es quien sostiene la historia que Daniel va narrando en su letra.

Oh, y gracias a la persona que tuvo tanto calor que le cortó las mangas a las camisetas. De su idea me estoy beneficiando ahora mismo, como la rata que soy. Adam golpea los platillos con fuerza y lleva con sus piernas un ritmo que debe ser extenuante, sin embargo, no se detiene. Tampoco es consciente de que lo observo, ya que cuando la canción finaliza y sus ojos se encuentran con los míos, ocurre esto tan extraño: con una mano peina su cabello hacia atrás, al mismo tiempo que lo veo sonrojarse y apartar la mirada, nervioso. Luego, en la mitad de un segundo, se recompone, echando un vistazo a su alrededor para comprobar si alguien más lo había visto. Me muerdo el labio para aguantarme la risa.

Bueno, quizás no soy tan pesimista, después de todo.

***

En una de las reposeras en el patio de Neveu, una hora más tarde, juro que estoy estudiando y que al menos ya entendí un poco mejor eso de los sofistas, los hedonistas, los escépticos y los pitagóricos. Estoy tratando de entender qué mierda escribí sobre Epicuro, cuando una voz grave me saca del cuaderno.

—Olía a quemado y no sabía por qué —se burla Adam, poniéndose de cuclillas frente a mí—. Resulta que se te fundió el cerebro.

Frunzo el ceño, simulando que logró escandalizarme.

—Qué raro que lo digas tú, señor Orejas Rojas, cuando tuve que salir de la sala para que no te murieras de la vergüenza —respondo, con tono socarrón.

Seitz decide que lo que dije se lo llevó el vacío, pues omite absolutamente mi comentario y me quita los apuntes con una fluidez que no me permite oponer resistencia.

—¿Hedonismo? ¿Placer? —articula, leyendo mi pobre intento de mapa conceptual—. ¿Qué es esta mierda? ¿Estás segura de que estás estudiando para tus exámenes, cucaracha?

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora