19. Egoísta

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Lost & found - Lianne La Havas


Danka

(2008)

Intenté moverme. No pude.

A lo lejos se escuchaban los gritos atronadores de aba, incluso encima de mis sollozos. Temblaba y no sabía si de frío u otra cosa. El repiqueteo de mis dientes chocando, era un caso perdido, no podía detenerlo. Aun así, el caos desatado fuera de mi habitación, en el pasillo, era más claro que cualquier cosa.

¿Qué mierda significa esto? preguntó mi padre a viva voz.

¿Y tú qué crees, imbécil? contestó Adam. De forma difusa escuché a Joseph, tratando de calmarlo. ¿Nunca has visto a dos personas abrazarse?

Me perdí después de eso. Los gritos y portazos no lograron despabilar mi entumecimiento. Nunca supe qué escena fue la que vio mi padre, pero no lo necesité. Siempre supe que era mi culpa, si yo lo hubiera hecho enojar esa noche, si yo no lo hubiera llamado por ayuda, él no habría visto nada. Puede que todo siguiera igual. De no ser por mí, puede que todo estuviera mejor.

Probé moverme otra vez, pero no hubo caso. Quizás si me quedaba en mi sitio, el mundo se detendría conmigo y, con algo de suerte, podría encontrar la manera de que el señor Friedman no entrara a mi habitación mientras me cambiaba. Entonces él no se hubiera acercado tanto que tuve que gritar y si no hubiera gritado, puede que no lo haya provocado para acercarse más. Es posible que, de esa manera, mi padre no lo hubiera encontrado sobre mí y no me hubiera gritado puta.

Si hubiera dejado la puerta con pestillo...

Muchas cosas se perdieron esa noche. Adam y Joseph, el techo donde vivir. Bill sus proyectos en la música. Yo, a mi padre... Y mi cuerpo decía que me habían despojado otra cosa, pero nunca creí que fuera culpa de Mark Friedman, sino mía. Me quedé dormida esa noche pensando una sola cosa: esto se te va a olvidar, esto se te va a olvidar, esto se te va a olvidar, esto se te...

***

El calendario indica, de manera implacable, que marzo ya comenzó, lo que significa dos cosas: el invierno pronto va a terminar y mi estadía aquí también. Ya lo había decidido. En cuanto cumpliera los dieciocho, buscaría la manera de salir de la casa de mis padres. No sé qué tan sano es poner toda mi confianza y esperanza en una fecha, pero a estas alturas, no puedo permitirme decaer.

Han pasado varios días desde nuestro retorno a Boston y con todos los pendientes que tenía entre la casa y los estudios, casi no he visto a nadie. El llegar acá ha sido un llamado de atención para devolverme al lugar de mis propias circunstancias. Es abrumador el hecho de vivir bajo un techo que se alimenta de tu optimismo y que, solo al salir, puedas verlo todo en perspectiva.

Dentro de unas horas, tenemos ensayo... Mas no me muevo de mi cama. Y odio sentirme así. Yo que no soy así. Como puedo, lo hago, me levanto. He estado tirada en la cama, envuelta en la toalla después de la ducha por más tiempo del prudente. Si no salgo de este letargo, no voy a llegar a tiempo y voy a resfriarme.

Aún no desarmo la maleta, por lo que busco de la ropa que dejé en casa. Unos jeans anchos, una camiseta ajustada y un sweater lila mucho más grande de lo que en realidad necesito. Seco mi pelo, me pongo mis zapatillas y una bufanda, y bajo al primer piso a buscar mi skate.

Ruido proveniente de la cocina me hace saltar, asustada. Me giro para ver de qué se trata y veo a mi madre cocinando la masa de mis galletas favoritas, las de dátiles. Es una receta que aprendió de su madre, y una de las pocas cosas que conocía como tradición familiar de su tierra natal.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora