37. A veces, perder no está tan mal

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In the mourning – Paramore


Adam

(2011)

Betrieb dijo que no me deje engañar, ya que, si los doctores habían decretado el alta de mamá, era porque ya no había mucho más por hacer. Miré de reojo a Agata Seitz, que tenía un álbum de fotos en su regazo y revisaba su contenido, mientras la brisa de la terraza nos refrescaba. Con sumo cuidado, delineaba el rostro de sus hijos en ellas y, aunque no debía, ignoré el aire melancólico que la atravesaba y juré que estaba bien. Su complexión era luminosa y ya no respiraba como si cada exhalación le arrebatara vida.

—Mirar a la gente tan fijamente te va a dar migraña, Addie —se mofó.

—Que me llames Addie es lo que me dará la puta migraña —respondí, pero a pesar del hastío implícito en mis palabras, me acerqué y la besé en la frente—. ¿Qué tal estás?

Ella puso los ojos en blanco. Esa afición la heredé de ella.

—Por millonésima vez: bien, hijo, gracias. —Luego de eso y por varios minutos, reinó el silencio, donde yo, por supuesto, no tenía suficiente de mirarla. Si algo me asustaba era no poder retener los detalles de su expresión, cuando muriera—. ¿Cómo está Joseph?

—Supongo que bien. Ya no estamos juntos, te lo dije.

—¿Y tu amigo con el que viniste tu cumpleaños pasado? Era tan simpático...

—¿Daniel? —inquirí, irritado—. Tú no quieres ni siquiera insinuar que yo esté con él.

—¿Y por qué no? —Dejó el álbum de lado y se cruzó de brazos—. ¿Acaso se portó mal contigo y debo ponerlo en su lugar?

Era demasiado fácil reírse con las pataletas de mi madre.

—No, pero somos amigos y a él le van cosas que a mí no. Fin.

—¿No es homosexual?

—Algo así, pero no.

—¡¿Y qué más puede haber aparte de...?! —se escandalizó, pero no como la mayoría de la gente hacía, sino divertida y maravillada de que hubiera cosas del mundo que ella no supiera, pero anhelara descubrir—. Yo sé que esto no se hace, juzgar a la gente, pero le vi cara de que tú le podías gustar, no sé si me entiendes.

—Ah, ya. Le viste cara de gay.

—Algo así.

—¿Y yo de qué tengo cara, si se puede saber? —la desafío.

Su rostro se enrojeció a más no poder.

—Oh. Mierda. Acabo de decir una estupidez —chilló, tapándose la boca, pero finalmente se rindió ante las carcajadas. Llenó con ellas el espacio y me uní a ese sonido con las mías, absorbiendo al máximo cada sensación. Reímos hasta que los ojos se nos humedecieron y ya no estábamos en el tiempo presente, sino en la complejidad de lo que sería el futuro—. Amo verte reír, Adam. No sé si después de la muerte hay espacio para las emociones, pero ten por seguro que, si pudiera, me llevaría tu risa conmigo.

Agata Seitz tenía la habilidad de llegar a mi corazón sin siquiera proponérselo.

—Mamá, por favor, no puedo escucharte hablar así —respondí, a punto de llorar.

—Pero la que se está muriendo soy yo. Tengo permiso para decirle unas cuantas cosas a mi hijo —señaló, con un leve tono de reprimenda—. Te he dicho que, aunque te cueste trabajo no evadir tus emociones con el resto, a mí debes excluirme de eso. Tú y yo vamos a hablar las cosas siempre. Siempre, Adam, ¿me oyes?

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora