46. Mierda

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Nutshell – Alice in Chains

Adam

Cuando Danka se bajó del auto, frente a la casa de sus padres, no quería dejarla ir. La lista de mierdas que me carcomen la cabeza cuando no estamos juntos es tan molesta como infinita. Dejarla ahí significa que está en territorio de su padre y lo odio. Que se vaya implica que no puedo impedir que piense menos de sí misma, cuando estoy seguro de que el que la ha convencido de que es poca cosa es su progenitor. Desde afuera no puedo protegerla, ni corroborar que me quiera de manera compulsiva a través de su cuerpo; no porque lo desconozca, sino porque disfruto besar la verdad en sus labios. En su piel.

Pero irme significa otra cosa: puedo descansar de mentir.

Al llegar a casa, el statu quo nunca se había sentido tan pleno. Ni yo tan jodidamente estúpido.

***

Han pasado dos días. Maldita sea. Supongamos que hay una forma correcta de hacer las cosas. Es evidente que no lo he hecho así. Me cago en todo. Puta carta. Puta vida. Imbécil yo por haber dejado para mañana todo esto. Mañana es hoy. El día en que se va todo al carajo es hoy. ¿Lo estaba esperando? Pues, sí. Joder. Incluso tenía claro que el que se encargaría de arruinarlo todo sería yo, porque qué cosa más obvia puede haber. Podría autocompadecerme todo el día, eso seguro. Lo he estado haciendo. No obstante, ha llegado la hora de enfrentar los hechos y darles cara.

Con una modorra patética, me levanto del sillón y hasta Wanda maúlla, me imagino, en aprobación. Casi leo en sus ojos avellana el "aleluya, pedazo de mierda, ya te estabas anquilosando en ese lugar". Omito el hecho de estar elaborando una conversación ficticia con mi gata y me dirijo a la habitación, a buscar mi teléfono. No me sorprende que esté apagado, ya que en estos días ni me he molestado en cargarlo. Cuando lo prendo, me llega a doler la cabeza la entrada de las notificaciones sin leer. Intento hacer caso omiso de ellas, abro mi correo electrónico, tomo una captura de pantalla del último mail y se lo reenvío a Betrieb. Si mis cálculos no fallan, debe andar por Wisconsin, así que lo verá pronto.

Estoy a punto de arrojar la jodida porquería a la cama, pero la curiosidad me puede. Abro mis redes sociales, solo para ver si Danka está bien. Estoy leyendo un comentario que dejó en una de mis fotos, cuando vibra la respuesta de mi hermano mayor en el teléfono.

B.S:

¡¡¡¡MIERDA, PEQUEÑO A!!!!

FELICIDADES

A. Seitz:

Sí. 

Mierda.

B.S:

Oh. 

Mierda.

No vayas a hacer nada idiota, por favor.

O haz lo que creas conveniente, pero recuerda que en tres semanas llego.


Procedo a enviarle un emoji con el pulgar levantado y ya no sigo revisando más el celular. ¿Cómo afrontar esta mierda sin que se dé a entender que me importa un carajo el resto? Cuando tomé la decisión de postular a la Universidad Tecnológica de Varsovia, puede que haya sido así, que me valiera mierda lo que pensaran los demás. Nunca prometí que la banda sería un proyecto de por vida y, aunque lo hubiera hecho, estaría en mi legítima facultad de cambiar de opinión. No tengo un pacto de sangre que me una a ellos.

Pero todo eso es porquería por donde se le mire. La cagué y ya. Debí ser transparente respecto a mis planes, eso habría sido lo decente y no esperar a que la posibilidad fuera real. La banda merecía tener opciones y, ciertamente, Danka también. Este mes se cumplen cinco desde que decidimos estar juntos y he sido un imbécil, subestimé todo lo que podría pasar.

Joder. Me cago en la puta. Al fin estudiaré Arquitectura, entonces ¿cuál es el maldito problema? Que antes lo iba a hacer por inercia, porque ya era hora de moverme. Ahora realmente quiero hacerlo, siento que estoy preparado, pero... Gran parte se la debo a Danka. A todo lo que ha hecho por mí, sin siquiera proponérselo. No solo he vuelto a dormir, sino que a soñar.

En este minuto, si bien estoy absolutamente convencido de mi decisión. No puedo sacarme de la cabeza la sensación de que he traicionado a mis amigos y eso me molesta, sí. Pero no tanto como la idea de que metí a Danka en algo que no se merecía. He tenido cinco meses de oportunidades para decirle, pero he sido cobarde. He evadido su rechazo, porque no quiero que se sienta usada. Ni engañada, aunque eso es, precisamente, lo que he hecho. 

El egoísmo no me permitió soltarla, supongo.

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora