26. Más problemas que neuronas

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Way down we go – KALEO


Adam

Detesto llegar tarde. Si te citan a las cuatro y llegas a dicha hora, entonces estás atrasado. Si se fija un horario de inicio, es por algo. No para que la gente empiece a llegar de a goteras y hacer perder el tiempo a todo el puto mundo. Por eso, prefiero estar en los lugares unos quince minutos antes. No obstante, hoy estoy rompiendo esa regla de oro, porque no tenía nada que ponerme que se viera remotamente formal. Tuve que salir a comprar una chaqueta negra que pudiera combinar con los jeans y camisa del mismo color que rescaté de mi ropero, lo que me sacó totalmente del itinerario del día.

No me veo mal, pero mi reflejo en el espejo está de todo menos cómodo. Tampoco es que mi expresión varíe mucho de la actual, vestido así o no. ¿Por eso es que no me habrá querido invitar antes? ¿Habrá creído que no podría hacer el esfuerzo por algo que es importante para ella? ¿O habrá pensado, simple y llanamente, que no me interesa en lo absoluto? Ha pasado una semana desde el último concierto y si bien nuestra situación ha cambiado, aún no nos hemos adaptado. "No es obligación que vengas", me dijo. Yo lo pensé un minuto, dándole un poco de razón, pero después mandé todo eso a la mierda. Siempre he tenido curiosidad por verla en su faceta de pianista clásica. Por cada intento por convencerme de que no tenía que, más descubría que quería hacerlo. No la culpo por creerme un amargado.

Bueno, supongo que es mejor decantar todo. Supongo que, aparecer allá como la puta versión de un oficinista fracasado, tendrá que hacerle ver que no soy inflexible. Tan inflexible, al menos.

Por ahora, lo único que me preocupa es llegar antes de las cuatro al recinto, que tampoco queda tan lejos de mi casa. Eso es lo bueno de este loft, lo céntrico y cómodo, a pesar de lo concurrido de sus calles. Podría caminar, pero, ni modo, solo tengo tiempo para irme en taxi. "Estúpido, con todo el dinero que te gastas en esas mierdas de taxi, ya te hubieras comprado un auto", es lo que siempre me dice Betrieb, mi hermano mayor, analista financiero y especialista en meterse donde no lo llaman. Aunque no lo haga de mala fe, no puedo evitar que me hinche las pelotas. Más cuando sabe que no pretendo echar raíces en Estados Unidos e irme a estudiar a Polonia, si todo sale bien.

Mientras lleno el plato de comida de Wanda ante su mirada atenta, suena la alarma, avisándome que, si no salgo en los próximos cinco minutos, no voy a llegar a tiempo. Tomo las llaves. ¡Joder! No pensé en los zapatos, qué imbécil. Tendrán que ser zapatillas Vans, de color negro y sin cordones. Es lo más formal que puedo ser. Me doy un último vistazo y creo que casi se me cae la cara cuando me percato que luzco igual que el pesado de mi hermano mayor. En fin, no hay tiempo para más.

Después de veinte minutos, ya estoy en el teatro, el cual se ve excesivamente elegante, justo como uno se imagina la música clásica: llena de parafernalia, pero algo vacía por dentro. En contadas ocasiones he visto intérpretes de piezas de Bach o Beethoven que no quieran verse perfectos o que le pongan un poco de sangre a lo que hacen. Además, venerar a músicos que ya están bajo tierra hace tanto tiempo que ya ni siquiera son comida de gusanos, no es una de mis aficiones realmente... Pero, quién sabe, quizás Danka cambie mi perspectiva del asunto.

Miro el programa que recogí en la entrada, mientras tomo ubicación al centro, donde me aseguraría poder verla bien, pero tampoco llamaría la atención. Huntzberger es la última en presentarse, ya que (según lo que el folleto dice) es una de las alumnas más antiguas del conservatorio, junto a un tal Anthony que, por supuesto, me importa un carajo. Sin embargo, lo que capta mi atención es que, bajo cada nombre, el programa cuenta con las canciones que conformarán el repertorio de sus estudiantes:

Danka S. Huntzberger

Fantasie-impromptu en do menor de Chopin

Latch (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora