Capítulo 1

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Miro desde la vitrina que se encuentra rota en mil pedazos hasta los nudillos de mis manos ensangrentadas.

La expresión horrorizada de mis padres me confirman lo que ya sé: Todo ha terminado.

Me han dado muchas oportunidades, y finalmente una última tregua, pero he sido capaz de hacer lo correcto. La rabia ha ganado y lo ha destruido todo a su paso. Ahora, veo las lágrimas de mi madre y la mirada acusadora de mi padre y sé que he llegado demasiado lejos. 

A través de mis venas siento una llama arder, mi pulso late desenfrenado bajo mi piel y mi respiración aunque ya han pasado unos minutos aún continúa acelerada como mis emociones.

Siento que pierdo el equilibrio y me dejo caer en el suelo, como si de un peso muerto se tratara. No me importa el dolor que me causa el contacto de los diminutos pedazos de vidrio cuando se clavan en mis rodillas, tampoco siento la sangre que fluye desde mis manos y forma un charco a derecha e izquierda del lugar en el suelo en el que estoy. 

Durante unos instantes, nadie de los allí presentes se mueve, estamos en silencio, sólo escucho los sollozos del llanto ahogado de mi madre, mientras observo que mi padre le susurra algo al oído que consigue calmarla por unos segundos. 

Sigo sin moverme del suelo, estoy derrotada y estoy esperando las palabras que pueden dictar sentencia, sin embargo, éstas no se hacen esperar, cuando es mi padre quien habla con una voz neutral, en la que no hay rastro de enfado, sólo decepción y cansancio, si es que lo hay. 
—Has ido demasiado lejos, Zoe. 

—Es cierto, perdón.—Sé que a veces las palabras no dicen nada, aún así decido intentarlo.

—¡Ya basta, Zoe!—grita de repente y me sobresalto—Ha llegado un momento en el cual no podemos estar más a tu lado.

Dejo mi mirada en algún rincón del salón mientras que nuevamente nadie mueve un músculo, finalmente, me atrevo a mirar a mi padre a los ojos y por primera vez en mi vida se me parte el corazón al ver el alma de una persona maravillosa rota del mismo modo y más cruel si cabe que la vitrina. 
Cada vez me siento peor conmigo misma por todo lo que he hecho, así que antes de que sea aún peor, decido abandonar el comedor, sin mirar más a los ojos de las personas que ahora están llorando. 

De un fuerte portazo me aíslo en la que es mi habitación y me siento libre aunque sea por una fracción de segundo y puedo ordenar todas mis acciones, ¿qué ha pasado? Sé la respuesta, la rabia me ha atacado, me ha dominado. Y cuando pienso en todo lo que he vivido hace apenas unos minutos vuelvo a sentirme como en ese momento, y puede que peor. Comienzo a temblar. Pronto me doy cuenta de que estoy a punto de gritar de dolor. De un dolor emocional, implacable, que ahora mismo se manifiesta a través de un sufrimiento silencioso. No sé en qué pienso cuando doy un golpe seco y a la vez fuerte contra lo que tengo delante que resulta ser el armario de mi habitación, pero ahora mismo, nada tiene especial valor para mí, y en realidad, por mucho dolor que me cause físico, ya tengo partes de mi cuerpo destrozadas, como lo están ahora mis manos.
No obstante, éstas, no son las peores heridas; hay heridas que se curan, tardan en sanar un tiempo, pero no deja de haber una curación para ellas, sin embargo, hay dolores que son eternos, que jamás cicatrizan y que siempre llevaré conmigo siendo parte de mí.

Recuerdo todo lo sucedido unas horas antes, el diálogo presente entre mi familia y yo, delante del psicólogo que lo ha intentado todo por ayudarme pero ha fracasado en su trabajo:—Zoe, no puedes salir a la calle, y sin más pegar a la gente, sólo porque la rabia te consume... Tienes problemas, pero existen soluciones.—Me dijo Miguel, un chico joven que trabaja en psiquiatría y se ha esforzado en cambiarme la forma de ver la vida, pero todo esfuerzo ha sido en vano.

Sombras a mi alrededorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora