Capítulo 30

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 Ya no recuerdo la última vez que miré el calendario, ni tampoco la última vez que volví a sentir ilusión de poder escapar algún día de aquí. Los días se ven interminables, lejanos, parece que nunca llegarán, sin embargo, terminan llegando, el único problema es que no sé cuánto tiempo más podré permanecer encerrada en ésta cárcel en la que la luz de los rayos del sol a menudo pasan por las rejas.

Aún tengo el móvil en mi habitación, sé que es muy arriesgado tenerlo conmigo, pero necesito valor para llamar a Adam, ¿Cómo hablaré después de tanto tiempo de silencio? Después de tantos días en los que no hemos hablado, ni sabido nada de la vida del otro...

Ha llegado el sábado, un día en el que el tiempo se pierde, después de una ajetreada semana. Hoy me olvido de estudiar, de seguir horarios y rutinas que día tras día se repiten.

Puedo estar mirando al techo pensando en todo y a la vez en la nada, puedo imaginar otras vidas, ser otra persona. Tengo todo el tiempo dentro de éstos dos días de descanso para pensar en lo que quiera, y a la vez no hacer nada.

A menudo que los días avanzan, también lo hacen mis emociones. A veces me siento bien, otras mal, pero supongo que en la vida hay fases de todo tipo, ahora atravieso algunos días un poco inestables, paso por momentos en los cuales sigo luchando contra la rabia que me domina, hay veces que lo consigo, otras no.

Tumbada en la cama, tengo el móvil en la mano, miro la hora. Son las diez y media de la mañana, espero que a éstas horas esté despierto Adam. A veces, necesito un arrebato de valentía para hacer algo que de otro modo no me atrevería a hacer.

Antes de que el pulso me comience a temblar, busco su número, que antes había anotado, y lo marco. Espero el tono de la llamada, hoy no las cuento, me sale el buzón de voz. No quiero dejarle ningún mensaje así que cuelgo, y sigo pensando en qué le diré. Hay ocasiones en las cuales la aparente fuerza y determinación que tengo se quiebran y dejan a la vista cómo soy verdaderamente. Entonces, me siento pequeña, frágil, como si fuera un espacio tan pequeño en el mundo como en realidad soy. Puede que las personas nos sintamos únicas, lo somos, pero a nivel de proporción con el resto de habitantes del planeta somos algo insignificante. Hay millones de personas, algo hace a cada uno especial, pero no podemos olvidar que sólo somos una persona más, con sus más y sus menos. Pero no hay nadie mejor ni peor.

Insisto en llamar, pero no es hasta un par de horas más tarde que no coge el teléfono, justo cuando me estoy volviendo a quedar adormilada, escucho su voz al otro lado de la línea. Instintivamente me incorporo en la cama, y fijo la mirada en la pantalla del móvil como si no lo pudiera creer.

-¿Quién es?-Preguntan y siento que inexplicablemente mi corazón late con fuerza, con una distinta fuerza que hacía tiempo que no sentía. Por unos segundos siento una enorme tristeza, como si me hubieran quitado algo muy importante de mí, en cierto modo ha sido así.

-Soy... Zoe.-Digo dudando de mis propias palabras, como si temiera que me colgara el teléfono. Por unos momentos permanece callado pero rápidamente reacciona.

-¡Zoe! No puedo creer que estemos hablando, pero al mismo tiempo necesitaba escuchar tu voz de nuevo. ¿Cómo estás?

-Estoy bien.-Otra mentira más.-Bueno, realmente tengo días de todo, y puedo decir que han pasado muchas cosas, pero la vida aquí entre éstas paredes siempre es igual. ¿Cómo te va con tu tía?-Sinceramente tengo ganas de saber más de él, de poder saber que él ya tiene la libertad que buscaba.

-Todo está bien, sigo estudiando, pero nada es lo mismo cuando no puedo verte. Aquí la vida es tranquila, no hay tantos horarios, es otro tipo de vida, no puedo compararla con ninguna de antes.

Sombras a mi alrededorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora