Minutos después de haber despertado, me levanto de la cama para ir a desayunar. Cuando estoy poniéndome una camiseta cierro los ojos cuando siento dolor en las manos, el cual se empieza a manifestar y cada vez es más insufrible. Cada día me repito que debería dejar todas mis formas de pensar y autocontrolarme de una forma mejor. Sin lugar a dudas, si hubiese hecho lo que pienso, no habría llegado a este extremo. Pero es muy fácil marcarse propósitos, por desgracia, es más difícil llevar a cabo todas las buenas intenciones.
Mi madre observa mis manos, llenas de cicatrices a medio curar y moratones pasando del magenta al amarillo. Pero no dice nada, supongo que al final, todas las palabras que se ha cansado de repetir, son palabras que ya sobran.
Después de tantos golpes, de tantas batallas conmigo misma y con el mundo material empiezo a ser insensible, fría como el hielo, fuerte como el metal, pero al fin y al cabo destructible como cualquier mortal.
—¿Qué es eso?—veo unos papeles situados encima de la mesa y al instante desconfío. Observo con más detenimiento que el documento impreso contiene bastantes firmas al final de la hoja.
—Nada de lo que por ahora debas tener constancia—mi madre recoge los papeles de la mesa, alejándolos de mi eje de visión.
—¿Tienes algo que ocultar?—inquiero—¿Algo que no deba saber? Empiezo a pensar que está relacionado conmigo—digo malhumorada y me cruzo de brazos.
—Zoe, no insistas más—dice suspirando—. Aún no es el momento para hablar.
—¿A qué estás esperando para hablar?, y en este caso... ¿hablar de qué?—a medida que pregunto y mi madre ignora mis quejas, me voy sintiendo cada vez más inquieta, y la furia se comienza a despertar de su débil sueño.
—Voy a ir a trabajar, ¿puedo dejarte sola en casa sin tener que llamarte cada cinco minutos para comprobar que no has hecho ninguna estupidez?—veo que lava y deja su taza de café en el lavaplatos y se gira en mi dirección, esperando aún la respuesta.
—Se podría decir que estaré viva—me encojo de hombros y veo que rueda los ojos en un gesto de cansancio. Varios minutos más tarde escucho que se cierra la puerta.
Mi padre ya hace rato que ha ido a trabajar así que estando sola en casa tendría que centrarme en mis obligaciones, y por lo tanto, debería ir a estudiar, debería, pero... Cuando sabes que tu vida está a punto de sucumbir a un cambio repentino, pasas por diferentes fases desde la ira hasta la desolación, y ahora siento que ya nada para mí, tiene sentido, ni tan sólo mi refugio, que antes se encontraba entre los libros y sentía que por unos momentos me olvidaba de mis problemas y entonces todo era más plausible.
Decido llamar a la que seguramente es la única persona que en éstos momentos me podrá ayudar: mi primo Santiago. Es unos años mayor que yo, y tal vez esté estudiando ahora, pero me gustaría hablar con él.
—¿Zoe?—al otro lado de la línea se escucha una voz familiar que consigue aliviar el dolor emocional que en realidad siento cuando pienso en mis padres.
—Hola, Thiago, no sé si te he molestado...—empiezo diciendo a modo de disculpa—si es así, podría llamarte en otro momento.
—No te preocupes, puedo escucharte aunque sean unos minutos, pero dime, ¿estás bien?—me pregunta al ver la poca expresividad dueña de mi voz y que solo él logra encontrar todo aquello que parezco callar.
—Creo que me he fracturado la mano, o quizás solo me duele por un golpe que hice, pero a parte de eso, estoy bien.—El dolor cada vez es peor, pero como esta mañana me he tomado algunos analgésicos, me siento mejor.
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Sombras a mi alrededor
Teen FictionRabia, Rencor. Lágrimas que no aparecen Pero que están en un interior. Miradas salvajes, nubladas por velos de sangre que cubren los ojos. Gritos y palabras hirientes. Arrepentimientos después. Puños cerrados, y sonidos ensordecedores. Alg...