Capítulo 41

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Federico.

Los músculos me arden, pero voy por otra repetición de lagartijas que hacen que mis brazos quiera ceder y quedar pasmado en piso. Sin embargo, hago la repetición 2.500 de lagartijas mientras veo como tengo la cara, el pecho y la espalda empapada de sudor.

Esta ha sido la forma de evitar pensar en esa hechicera de ojos miel que me roba el aliento y me dejó. No tuvo la valentía de decirme que me vaya a la mierda, que la espere o cualquier cosa, solo se fue dejándome en la recepción del hospital las llaves del apartamento.

2.501...

2.502...

2.503...

2.504...

2.505...

—Fede— mi hermano deja el saco de boxeo al que le estaba dando algunos golpes para recuperar su condición física después de la tanda de golpes que tuvo que soportar—. ¿Sabes algo de Matías?

La culpa se cierne en sus palabras.

—Está mejor, pero no ha despertado aún, su cuerpo está tomándose su tiempo— digo y me acuerdo de las veces que fui a hablarle a Dayana para que despierte, las veces que le dije que me gusta mientras dormía—. Hoy le van a quitar los sedantes que lo mantienen en el coma inducido— le informo.

—¿Puedo ir a visitarlo?— pregunta con intriga de mi respuesta.

—Prepárate, me baño y salimos— me incorporo.

Ya perdí la cuenta de las repeticiones que llevaba.

—Vale— sale del gimnasio de la casa.

Lo sigo.

Mi teléfono suena cuando llego a mi habitación.

—Hola— digo al teléfono.

Hola Federico— saluda Magda del otro lado de la línea—. ¿Cómo estás?

—Bien— respondo con simpleza—. No tendría porque estar mal— digo mientras me voy quitando la camiseta de gimnasio que está mojada, llevo la mano al pantalón deportivo que arrostro con todo y bóxer.

—¿La extrañas?— pregunta.

—¿A quién?— me hago el desentendido.

Sé que se refiere a Dayana y claro que la extraño.

A Mi hermana— responde exasperada.

—No he tenido tiempo para pensar en ella— mi subconsciente grita ¡Mentiroso!, no la puedo sacar de la cabeza—. He estado muy ocupado fortaleciendo los grupos de seguridad y que no pase el secuestro de mi hermano de nuevo.

—Como digas— suelta un resoplido audible a través del teléfono—. Espero que estés bien, adiós.

Corta la llamada.

...

La cama del hospital muestra a uno de los hombres más fuertes que conozco dormido, indefenso y casi derrotado.

Una punzada se instala en mi pecho, algo sabe mal en toda esta situación y tengo la certeza de que le debo una más a este hombre, a mi amigo.

Max le susurra palabras al oído, las lágrimas mojan su cara, Tadeo aprieta los labios al ver tal desfogue de debilidad de mi hermano. Sin embargo, a mi no me importa que se disculpe y llore. Pasó por algo que nunca debió pasar, aunque es renuente a hablar, pondré en manos de un profesional a mi hermano para que saque toda la mierda que hayan metido en los días de cautiverio, por ahora está bien que lo saque a patadas, puños y palabras.

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