Capítulo 58

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Federico.

No se como pasan las horas que siguen el funeral, pero lo único que tengo presente es que tomé aquello que me importa y le importa a la mujer de mi vida, lo monté en un avión para llevarlos al lugar más seguro que mi cabeza proyecta.

Aterrizamos en la pista privada de mi hacienda en la Orinoquia colombiana y todo pasa en cámara rápida mientras los otros se bajan y Dayana continua atrincherada en un rincón sin querer moverse de la silla que ocupó durante las tres horas de viaje.

No toma nada, no come nada, ni siquiera sé si respira bien porque no mueve ni un músculo, como si procesar lo sucedido fuera demasiado para ella.

—Amor— la llamo de la única forma que no la había llamado aún—. Mi amor, por favor baja y toma algo de aire.

Me ignora.

—Dayana, por favor bajemos— le ruego con un nudo en la garganta.

—Bájate tu— suspira dolorosamente—. Yo no sé cómo voy a respirar de aquí en adelante.

La saliva me sabe amarga en la boca, su dolor se percibe en el ambiente y quiero ser una esponja para absorber un poco del dolor que ella siente.

...

Tres horas después de deshidratarnos un poco se queda dormida totalmente y puedo sacarla en brazos para llevarla a mi habitación.

La acomodo revisándola completamente, tiene los labios agrietados y lágrimas secas en sus mejillas.

La dejo dormir...

La sala es desierta cuando camino por ella, no se mueve ni una mosca y es el sollozo masculino el que me hace moverme.

Joaquín yace con una copa de alcohol en la mano y bebe grandes bocanadas.

—Joaquín— musito despacio.

Sus ojos están rojos no sé si por las lágrimas o el alcohol.

—¿Cómo está mi Caramelo?

—Mal.

—No se fue cualquiera— bebe de su copa—. Aurelia era lo más importante que sus hijas tenían y lo más importante para mí.

Nuevas lágrimas recorren su rostro y se las bebe con otro trago de alcohol vaciando la copa.

—Mi mujer renunció a muchas cosas por nuestra familia, fue una mujer tenaz que se le paró de frente a su padre y le dijo no tuviste un hijo para heredar tu imperio criminal y a mí no me gusta eso, porque no me educaste para ello, pero mi marido sí y yo le doy el poder que me corresponde por derecho.

Se levanta con movimientos torpes y vuelve a llenar la copa pasándomela mientras él se queda con la botella de la que bebe.

Guardo silencio mientras veo al hombre recordar sus momentos con su esposa que se acomoda de nuevo en el sillón de mi despacho.

—Dayana y Aurelia se parecen mucho en eso, son tenaces hasta morir— una sonrisa se resbala por su cara mientras le da otro sorbo a la botella—. Dayana llegó en un momento conflictivo de nuestras vidas Federico, mi mujer no podía tener más hijos y nosotros estábamos en el ojo del huracán con varios de nuestros negocios ilegales caídos por culpa del Estado que ayudamos a construir, negociamos con coca como todas las familias que ahora se lavan las manos, pero éramos de los que más poder teníamos y nos fueron dando por la cabeza asesinando lugartenientes de varias ciudades que fueron los pilares de nuestra organización, otros tantos se vendieron y nosotros nos fuimos a la ruina, mi hija llegó justo en ese momento de crisis para darme la solución a todos mis problemas, nos metimos por ahí, las joyas Federico, el trafico de piedras preciosas en el mercado negro fue la respuesta para tener un perfil bajo, sin que termináramos en la cárcel, nuestras hijas en un orfanato— bebe de nuevo.

Ministro +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora