Capítulo 42

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Federico.

El viaje en el Jet se supone que es más corto que en un vuelo comercial, sin tantas complicaciones y bueno sin tanto papeleo.

Los incompetentes del aeropuerto al que nos dirigimos nos sacan cada maldito problema que se les ocurre. Me cansa, estoy perdiendo tiempo, un viaje que normalmente dura cuatro horas, en el jet se demora solo dos, lo están volviendo algo de casi seis.

El piloto inicia una discusión por el intercomunicador con el capitán encargado del aeropuerto, nos estamos quedando sin combustible y ellos se van a ver en la obligación de permitirnos el aterrizaje.

No he tomado cartas en el asunto, pero si no solucionan nada me veré en la obligación de hacerlo. Mi nombre no es algo que se desconozca en este rincón olvidado por dios, sé que aquí o en cualquier lugar que pise me va a rendir pleitesía por mi apellido, mi cargo o mi presencia.

La cara de frustración del piloto me dice todo.

—Deme el nombre del capitán— le digo al piloto.

—Jorge Soto— responde.

Tomo mi teléfono y marco el número del encargado.

Capitán Soto— responden del otro lado de la línea.

—Capitán, buenas tardes.

¿Con quién tengo el gusto?— dice con un acento cantado al pronunciar las palabras.

—Con el Ministro de Defensa Federico Valencia— digo con soberbia.

Ministro, que agradable sorpresa— su tono de voz es extraño.

—Para mi no es agradable estar tantas horas volando y que no se nos permita aterrizar capitán— espeto molesto.

¿Es su jet el que está en el aire?— su voz suena angustiada.

—Así es.

Lo lamento— escucho como su voz se agita— ya mismo damos el permiso, señor.

—Que sea rápido— gruño.

Corto la llamada.

—Piloto, prepárese para aterrizar— ordeno mientras me posiciono en el asiento y me pongo el cinturón de seguridad.

El piloto respira tranquilo cuando se comunican para dar los permisos que nos dejan aterrizar en el maldito aeropuerto olvidado por todo el mundo. Es todo desastroso.

Siento como chocamos contra la tierra, el tren de aterrizaje se entierra en los baches, las mascarillas se descuelgan de sus lugares hasta que el Jet se para en su totalidad.

Un aterrizaje de emergencia es menos catastrófico.

—¡Bambaros, esta no era la pista en la que tenía que aterrizar el Ministro!— exclama un hombre con tez trigueña, de un metro ochenta de alto, con ojos oscuros y cabello entrecano—. ¿Cómo se les ocurre guiarlos a esta zona?

—Lo lamento señor, es que estos bambaros no hacen caso— se disculpa.

La palabra me suena rarísimo.

—Debe tener mayor control de su personal y además, tener pistas de aterrizaje decentes— espeto con enojo.

—Que pena con usted— dice el señor con ese acento golpeado que no he escuchado—. Esos chiquillos que salen con sus babosadas.

Se le nota la vergüenza por los actos de sus subordinados.

—Denos todas las autorizaciones para que mi piloto despegue en un rato— me pongo los lentes por el sol agradable de la mañana que me pone la piel ardiente donde el sol alcanza—. Le pido total discreción para mi estadía en este lugar, capitán.

Ministro +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora