Capítulo 13.

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Dayana.

Despierto con el móvil que pita y pita... me estresa.

Mi subconsciente dice:《¡Es viernes, estúpida. Tienes que trabajar que lo gustos caros no te los da el sugar!》

Me levanto como toda la puta semana ¡Odio madrugar!

Un baño rápido, me visto, maquillo, tomó el generador de buen genio (Café) y voy a trabajar.

Mis indicadores de veneno (Mal humor) están en una alarmante color rojo que avisa que no estoy para pendejadas.

Doy mis clases y mis estudiantes hicieron que el indicador bajara de rojo a amarillo, rozando el verde... ¡Ya estoy de buen humor!

Pensando como un termostato. ¡Ay Dios!

Tengo reunión con los integrantes del partido y clases particulares con Max, me voy directamente a la casa Valencia en Buenaventura, así se llama el vecindario donde viven, el mismo protocolo de seguridad y pienso que si quieren les doy mi saliva para que hagan una prueba rápida de ADN y comprueben mi identidad.

Estaciono y el mismo impacto de la vez anterior se cola en mis huesos, maldición, ¡Que belleza de autos!

Podría morir atropellada por uno de estos y no me importaría.

—Buenas tardes, señorita Bravo—. Saluda la señora Aidana.

—Buenas tardes, le informé a Max que la asesoría hoy sería más temprano—. Asiente.

—Ya conoce el camino, espere un momento el Joven Valencia ya debe bajar.

Obedezco. Esa señora es un enigma, su cabello entrecano, sus ojos café opaco, su cara con pocas arrugas, pero con una expresión de sufrimiento y su forma de ser sumamente callada, me genera intriga.

Espero por unos minutos, creo que 5, total se me hace una eternidad...

—Buenas tardes—. Aparece el adolescente de ojos esmeralda con vaqueros rasgados, una camiseta negra de fondo y una camisa con un diseño entramado de azul oscuro y negro encima.

Definitivamente Max es guapo, he visto a varias niñas rodearlo y él las observa con fastidio.

—Hola Max—. Saludo. —Hoy solo vamos a trabajar una hora, porque tengo un asunto personal que resolver—. Comento. —Luego puedo reponer el tiempo, en la siguiente asesoría.

El adolescente me mira y creo que ya he metido la pata.

—Vale, por mi está bien—. Responde. —Pero creo que a mi hermano no le agradará la idea—. Que mencione a su hermano hace que se me tiñan de carmesí las mejillas. —Antes de que me regañe, mejor trabajamos hasta las cuatro y evitamos líos con él, que es un fastidio cuando se lo propone.

¿Por qué se preocupa más por lo que el hermano diga? o sea, en una familia normal, como aparentan los Valencia, son los padres los encargados de estar pendientes de la educación de los hijos, no los hermanos.

A menos que los padres estén muertos, tengan impedimentos legales o mentales para ejercerlos... Y aquí no es el caso.

—Entonces, ¿trabajamos hasta las cuatro que llega mi hermano a casa?—. Asiento, mi cabeza divaga cuestionando muchos aspectos de esta familia.

Cuando menciona a la hora que el hermano llegará, pienso, ajá, no me interesa. Una voz en mi interior se burla a grandes carcajadas.

—Ahm... Max—. Carraspeo. —¿Es necesario que tu hermano esté en cada uno de nuestros encuentros?-. Cuestiono.

Ministro +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora