Apenas abro los ojos, noto como escuecen e involuntariamente caen lágrimas. Como si todo este tiempo en el que hubiera permanecido dormida, el dolor buscara escapar de alguna forma.
Estoy en una habitación de hospital que equivale a la amplitud de la casa en Tandil, todo es blanco y gris y muy reluciente. En una esquina noto que la tele ha quedado prendida en un canal de fútbol pero no hay nadie más además de mí, por supuesto.
La tensión que siento al moverme es reconfortada por el algodón que abraza mi piel. En algún momento alguien debió cambiarme por el clásico camisón de hospital. Toda mi ropa estaba manchada de tierra y vomito.
Estoy conectada a un suero que supongo que es lo único que permite que no vuelva a desmayarme. El ardor que me produce en el brazo es lo mínimo de todo lo que siento ahora.
Vuelvo a cerrar los ojos cuando la puerta se abre. Mi corazón late como loco y me concentro en hacerme la estúpida.
—Bianca, sé que estás despierta. Estás frunciendo el ceño.
Abro un ojo y mantengo el otro cerrado.
—Tal vez estaba soñando con matarte.
—¿Así que soñabas conmigo?
—Parece que el amarre funciona.
—¿Qué? —casi escupe el café que toma.
Se sienta en un sillón enfrente mío, pasando una pierna encima de la otra y uno de sus brazos se apoya en el respaldo. Me mira fijamente.
Es hasta ese momento que noto que luce como una hojita de papel luego de ser arrugada, escupida y pisoteada. Sus ojeras se extienden más abajo de lo normal, sus ojos luchan por no cerrarse y su cuerpo está inmóvil, no tiene fuerzas para moverse.
—Voy por el sexto café —brinda con el aire.
—¿Qué me ocurrió, Tadeo?
—Buena pregunta.
—Es en serio.
—Yo me pregunto lo mismo. ¿Me besaste para evitar comer las galletitas Oreo?
—¿Qué? No.
—Claro —puro sarcasmo.
—Nunca me he desmayado por mi trastorno.
—Siempre hay una primera vez.
Suspiro, agotada.
—No ha sido por eso y lo sabes. Estás buscando una explicación que no sea la verdad. Adelante, Tadeo, hazlo, mentí porqué no puedo esperar otra cosa de vos. Y tampoco te necesito para reconocer lo que realmente ocurrió.
Mira cada rincón de la habitación como si estuviera asegurándose de que nadie puede escuchar la conversación y no hace más que confirmarme que guarda miles de secretos.
—Fue tú madre con la mierda que cocino —confirma lo que sospechaba—. Lo mismo que le ocurrió a Branco sólo que lo suyo pasó por un intento de asesinato y lo tuyo por una advertencia. Sabe que saliste de la mansión y le molestó.
ESTÁS LEYENDO
Dulce Asesina Serial
Teen FictionBianca Vital convive al margen de la sociedad, con demás familias, quienes pertenecen junto a ella a un grupo cerrado que sigue estrictas reglas. Ya que el que entra, tiene prohibido salir. Liderado por un joven adulto fanático de Satán. Pero para...