Capítulo 5- El viaje

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Wei Wuxian llegó al aeropuerto en un taxi, con una pequeña valija a cuestas; hacía mucho que no tomaba vacaciones, y quería disfrutar de la playa. En una cafetería dentro del aeropuerto, lo esperaba su jefe con las dos chicas.

—¡WangJi! ¡Ya llegué! —lo saludó, agitando los brazos. La respuesta de Lan WangJi fue la sonrisa más falsa que el secretario había visto en su vida:

—Permíteme presentarte a Wen Qin, mi… prometida. —WangJi no podía evitar trabarse un poco al hablar de su novia—, y su amiga, la señorita Jin Meimei...

—Yo soy Wei Wuxian… —se presentó el chico, mientras les hacía una graciosa reverencia—. Mucho gusto, señorita Wen…, señorita Jin...

Las dos chicas lo saludaron y cuchichearon entre ellas, mientras lo observaban: el amigo de WangJi era hermoso: alto, no tanto como él, pero era esbelto y elegante, y su luminosa sonrisa mostraba su gran simpatía. 

—Siéntate, Wuxian. ¿Qué quieres tomar? El vuelo va a demorar un rato, así que podemos quedarnos aquí... —Wen Qin parecía dirigir todo, mientras que Lan WangJi, después de las presentaciones, se volvió a sumergir en un hosco silencio.

Wei Wuxian se puso a tono enseguida: las chicas, que estaban un poco aburridas con Lan WangJi, que solo hablaba si le hacían una pregunta, casi todas las veces respondiendo con un sombrío "Mn", pronto se vieron sumergidas en la loca algarabía del secretario, y al rato la mesa era una fiesta. Cada tanto, mientras bromeaba con las chicas, los ojos de Wuxian se cruzaban con los de su jefe, y notaba la frialdad de su mirada, fija sobre él:

—WangJi, amigo... Estás muy serio. ¡Alegra esa cara!

—Mn...

—¡Qué expresivo…!

Las chicas se rieron a más no poder, y Lan WangJi, ya bastante fastidiado con su secretario, sonrió a su vez, por puro compromiso:

—Hoy estás muy ocurrente, Wei Wuxian…

Entre los dos saltaban chispas: Wuxian, envalentonado por las palabras de XiChen, que le había asegurado que su hermano menor jamás incumplía una promesa, iba a hacer que su jefe pagara cada uno de los malos momentos que le había hecho pasar. Las ladinas sonrisas que le brindaba a su fingido amigo, sin dejar de bromear y conversar con las encantadas chicas, aumentaron las dudas de WangJi, que esperaba soportar y no matar a ese tonto secretario antes de que se terminara el fin de semana.

                       ***

Lan WangJi había nacido en una familia amorosa y llena de calidez. XiChen, su hermano cuatro años mayor, se puso muy feliz con la llegada de su nuevo hermanito, y le encantaba ayudar a su madre a cuidarlo. El niño, al que llamaron WangJi, era hermoso, con unos ojos en los que aún no se notaba su color definitivo, pero que se veía que iban a ser claros. Con el tiempo se volverían color ámbar, resaltando la belleza del pequeño. 

Sus padres se amaban mucho, y ese amor era el cimiento principal de su hogar. Pero un día, siendo los niños aún muy pequeños, su madre enfermó de gravedad. 

El amoroso hogar se tambaleó hasta las raíces. La mujer estaba demasiado enferma como para saber qué le pasaba, y llegó un momento en el que los niños no pudieron acercarse a ella. Lloraron mucho y pidieron verla, pero no se lo permitieron, tal vez pensando en su bienestar. Su padre, presa del dolor, se abandonó a sí mismo y también los abandonó a ellos, y cuando una fría mañana su madre partió para siempre, los desolados niños tuvieron que irse de su casa, sufriendo el desarraigo por partida doble. Su tío Qiren se los llevó a su casa, porque su padre había quedado devastado.

WangJi siempre había sido un niño alegre: sus risas llenaban el corazón de sus familiares; pero después de que su madre se fue, XiChen nunca más vio esa alegría desbordante en su hermanito. Cuando falleció su padre, años más tarde, mientras él se deshacía en lágrimas WangJi se mantuvo estoico ante la tumba de su progenitor. Con el tiempo se había transformado en un solitario, dedicado solo al trabajo y a sus estudios, sin pasatiempos ni diversiones y menos amigos. A la única persona que quería de verdad era a su hermano mayor. También sentía mucho afecto por su tío Qiren, devenido del agradecimiento por sus cuidados, y había aprendido a asimilar su sentido del deber. Por eso, para él era impensable desobedecer uno de sus pedidos, aunque fueran en contra de sus propios deseos.                         

En la cafetería del aeropuerto, Wen Qin sonreía como una tonta ante los estúpidos chistes de Wei Wuxian. Lan WangJi había intentado someterlo con sus miradas más firmes, pero su desvergonzado secretario hacía caso omiso a sus señales de advertencia. Iba a ser el peor fin de semana de su vida, WangJi estaba seguro de ello. 

                          ***                                    

El viaje en avión no fue muy largo, y en unas pocas horas ya habían llegado a una bella ciudad balnearia.

—¡Woww, qué belleza! —El mar tenía un tono verde esmeralda, y en la orilla apenas se levantaban unas pequeñas olas. El clima era ideal. Wei Wuxian estaba tan feliz, que les hizo una seña a las dos chicas y corrió con ellas hacia la  costa, para ver el agua más de cerca. Lan WangJi se quedó en la acera, rodeado de maletas:

—Estúpido Wei Wuxian... ¡Si crees que voy a cuidar el equipaje, estás muy equivocado! —resopló, mientras tomaba su maleta. El hotel quedaba al otro lado de la calle, frente a la playa, y WangJi se fue a hacer el check-in sin advertirles a sus acompañantes que sus valijas quedaban solas y tiradas en la acera. 

Descalzo, Wei Wuxian había metido los pies en el agua, y las chicas lo siguieron. Jin MeiMei levantó un poco de agua con su pie y se la tiró al chico, que le devolvió la broma. Unos segundos después los tres jugaban a tirarse agua, gritando cuando lograban alcanzarse. Por suerte el balneario era tranquilo: cuando salieron de la playa sus maletas aún estaban en la acera, abandonadas.

—Pero, ¿dónde está WangJi? —La sonrisa de Wen Qin se había borrado mientras observaba su equipaje, que podría haber sido robado por cualquiera, por culpa de su novio.

—Seguro que se fue al hotel. Su maleta no está —le respondió Jin Meimei.

—Típico de él... —nusitó Wei Wuxian. Aunque su jefe fuera un imbécil, nada iba a arruinar su fin de semana. Le sonrió a las chicas, y las invitó a seguirlo al hotel.

Mi SecretarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora