Capítulo 30- El juicio

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—¡Ay Dios, mi cabeza...! —XiChen, aún tirado en el sillón, apenas podía abrir los ojos ante la luz del sol que entraba por la ventana. Tenía una resaca terrible.

—¿Quién te mandó tomar tanto? —WangJi preparaba una jarra de café fuerte, seguro de que Wuxian, que aún estaba en la ducha, se encontraba igual que su hermano.

—Todo es culpa de tu esposo, que no le gusta perder... Podría haberse dado por vencido un poco antes —se quejó su hermano.

—¿Y al final quién ganó?

—No tengo idea, hermanito. La verdad es que no me acuerdo de casi nada de lo que sucedió anoche. Después le pregunto a mi cuñado quién ganó, aunque seguro dirá que fue él.

A WangJi le hacía gracia que su pareja y su hermano se trataran de cuñados. XiChen, a pesar de ser heterosexual y criado bajo las rígidas normas de Lan Qiren, tenía un pensamiento propio, moderno y tolerante. WangJi tenía el carácter más fuerte a pesar de ser el menor: había aprendido a defenderse por las malas, porque alguna vez se descuidó al mirar con demasiada atención un bello cuerpo masculino, y había terminado siendo objeto de las burlas de sus compañeros de estudio, y hasta algún intento de agresión por parte de los bravucones de turno. Sus golpes de puño eran bastante eficaces, y en los cursos superiores ya nadie se atrevió a meterse con él, aunque tampoco  pudo hacer amigos.

Pero todo tenía su razón de ser: gracias a que no tenía amigos había invitado a Wuxian, su odioso secretario, a la playa, y ahí había nacido esa linda amistad que con el tiempo se transformó en amor.

Sumergido en sus pensamientos, no se dio cuenta de que su pareja, o lo que quedaba de él, entraba a la sala:

—¡Por Dios...! ¡Baja las persianas, amor! —El chico, aún con pasos inciertos, se fue directo a la cocina a servirse una taza del fuerte café que había preparado su pareja—. No doy más... Lan Zhan, ¿tienes antiácidos?

—Pero, Wuxian, si estás mal del estómago el café no te va a hacer bien...

—No importa. Necesito despertarme. Tengo muchísimo trabajo, y estoy muerto...

WangJi le alcanzó otra taza de café a su hermano:

—Toma esto, XiChen, a ver si revives un poco.

El mayor a duras penas soportó el amargo brebaje:

—¡Esto está asqueroso, hermanito…!

—No te quejes y tómalo. Ya me voy a trabajar. No se pongan a competir de nuevo.  —Lan WangJi salió de su casa, riendo por la cara de asco que habían puesto su pareja y su hermano al recordar todo el vino que habían tomado.

—Por cierto, cuñado. ¿Quién ganó?

—Por supuesto que gané yo, XiChen. Tú no sabes beber. ¡Eres un auténtico desastre!

                            ***

El juicio estaba por comenzar y Lan XiChen se moría de los nervios: Shuei Fan no parecía querer ninguna clase de arreglo, ya que nunca les había concedido una entrevista a los abogados. Ellos esperaban que, una vez comenzado el juicio y obtenida una acusación firme contra él, se asustara e intentara contactarlos: no tenían nada con que establecer una duda razonable de la buena fé de XiChen al firmar documentos de su tío sin leerlos, y lo único que podía ayudarlos era la confesión de su socio.

Wei Ying se despertó en la madrugada: acostumbrado al calor del cuerpo de su amado junto al suyo, sintió frío:

—¿Lan Zhan...? —preguntó. No recibió ninguna respuesta. Preocupado, se levantó a buscarlo.

Su pareja estaba en la sala, sentado en el suelo, sobre la alfombra, y con la espalda recostada en el sillón, en la más absoluta oscuridad.

—Amor, ¿estás bien? —preguntó Wuxian, preocupado.

WangJi no le respondió. Estaba helado: temblaba de frío y miedo.

—¡Por Dios, Lan Zhan! —A los tirones, Wuxian lo levantó y lo llevó a la cama, lo cubrió y se acostó junto a él, para darle calor—. ¡Estás congelado! ¿Cómo vas a hacer una cosa así? ¡Puedes enfermarte!

—Wei Ying… XiChen no puede ir a prisión. Él es muy débil, y las cárceles son muy duras. ¿Y si le pasa algo? ¡Pueden hacerle daño…! —Lan Zhan ya había entrado en calor, pero aún seguía temblando, en pánico.

—Debes tranquilizarte, amor… Todo se va a solucionar. —Wuxian no supo qué decirle y solo lo abrazó, consternado.

                        ***

Cuando comenzó el juicio, fueron desfilando testigos de la defensa y la fiscalía, y nadie pudo aportar demasiados datos que aclararan el panorama. Wei Ying declaró acerca de las irregularidades que había encontrado en Lan Enterprises y en LanShuei Inc, y no pudo hacer mucho por mejorar la situación judicial de su cuñado.

Lan Qiren se mantuvo firme diciendo que era inocente, y dejó que su sobrino mayor fuera inculpado por todo. En ningún momento miró a sus indignados sobrinos. Shuei Fan hizo otro tanto: LanShuei Inc. estaba limpia, y de la farmacéutica no se habían podido sacar datos concluyentes. Nunca quiso hacer un arreglo con los abogados de XiChen. Su pena por tratar con un prestamista era de trabajos comunitarios y una fuerte multa.

Wei Ying estaba preocupado por Lan Zhan. Su amado ya no parecía triste: su cara se había transformado en una máscara fría, y hasta el ámbar de sus ojos se había vuelto más oscuro. Se había levantado de su lugar junto a él, y había salido sin mirarlo ni avisarle a dónde iba. Wei Ying prefirió dejarlo un rato solo: tal vez era mejor que no siguiera viendo aquello.

Antes de la sentencia, el abogado de XiChen pidió un breve receso, y cuando volvió le indicó al juez que quería presentar a un nuevo testigo.

—Llamamos al señor Lan WangJi al estrado.

Wei Ying se quedó helado al ver a su amado sentarse en la silla de los testigos con una expresión seria y sombría. XiChen, sentado adelante, con sus abogados, se dio media vuelta y lo miró, aún más confundido que él. El chico tuvo un mal presentimiento.

—El señor Lan WangJi desea hacer una declaración —dijo el abogado.

—Hable, señor Lan —le indicó el juez.

—Señoría, mi nombre es Lan WangJi, y fui socio, hasta hace unos años, de la empresa Lan Enterprises. Tenía un veinticinco por ciento de las acciones de la misma, que le vendí a mi hermano para formar otra empresa. Pero durante los años que trabajé allí formé un negocio paralelo con mi tío, Lan Qiren.

—¿Qué clase de negocio?

—Préstamos, señor juez… 

No alcanzaron los desesperados gritos de Wuxian ni los de Lan XiChen para acallarlo: uno a uno, WangJi se  culpó de todos los delitos por los que se acusaba a su hermano. Dijo que había falsificado su firma para hacer los préstamos, trabajando en complicidad con su tío, que era el que captaba clientes de la empresa para los préstamos, y que lo había seguido haciendo aún después de irse de Lan Enterprises.

No había dejado ningún cabo suelto: cuando el juez le preguntó por qué  confesaba en ese momento, él solo contestó, con frialdad:

—Pensé que los abogados de XiChen iban a llegar a un acuerdo, y así él no tendría que ir a la cárcel. Mi tío prefirió que se falsificara su firma en los documentos para que ni él ni yo saliéramos perjudicados en una investigación. Yo le debo demasiado a mi tío. Él me crío de pequeño, y yo haría cualquier cosa que me pidiera, incluso falsificar la firma de mi hermano. Pero no quiero que XiChen vaya a la cárcel. Por eso estoy confesando.

—¡Es mentira! ¡Está mintiendo, señor juez! —gritó XiChen. A Wei Ying ya lo habían desalojado de la sala, por el escándalo que había armado al gritarle a su pareja que ya no dijera más nada.

XiChen quedó en libertad, pero Lan WangJi marchó a la cárcel. El menor de los Lan por lo menos tuvo el consuelo de haber podido arrastrar a su tío en su caída.

Mi SecretarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora