Capítulo 8- Rescate en la hora

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WangJi perdía el control si bebía, aunque solo fuera un poco de alcohol. Una vez, siendo adolescente, se había atrevido a tomar un poco de whisky del bar de la casa de su tío, y terminó haciendo un destrozo. Él no recordaba nada, pero su hermano le había contado, sin poder contener la risa, que había roto tantas cosas que iba a deberle dinero a su tío por el resto de su vida. Desde ese día, el menor de los Lan jamás volvió a probar el alcohol. Ahora estaba atontado y presa del brazo de Qin, que se lo llevaba para su dormitorio.

Wei Wuxian, aún en la playa con Meimei, intentó pensar en cómo salvar a su jefe de esa situación, hasta que se le ocurrió apartarse unos segundos de la chica y llamar a XiChen para explicarle lo que estaba pasando.

—¡Deténla, Wei Wuxian! —exclamó XiChen al teléfono—. ¡No dejes que Wen Qin se quede a solas con WangJi!

Wuxian, alarmado por los asustados gritos del gerente, le pidió excusas a Meimei y salió corriendo rumbo al hotel. Lo que tenía que hacer era una locura: no sabía con qué escena se iba a encontrar. Trató de no pensar en las consecuencias que tendría para su trabajo interrumpir a su jefe en plena intimidad con su pareja, y descargó los puños sobre la puerta de la habitación de las chicas, tratando de hacer el mayor ruido posible:

—¡WangJi! ¡Abre, WangJi, tu hermano te está llamando! ¡¡Es una emergencia!! —Cuando Qin, alarmada por los gritos, abrió la puerta, aún estaba vestida. Lan WangJi, tirado en la cama y apenas consciente, intentaba huir de allí sin lograr más que volver a caer sobre la cama cuando trataba de levantarse.

—¡Wei Wuxian! ¡¿Qué diablos te pasa?! —La furiosa chica intentó cortarle el paso pero, con un rápido movimiento, el secretario entró a la habitación:

—Wuxian... —En la cara de su jefe se dibujaban una mezcla de confusión y miedo. 

—Lo siento, WangJi, pero voy a tener que interrumpir tu diversión.  Surgió un asunto urgente en tu empresa, así que debes llamar a XiChen antes de que se vuelva loco... —Sin hacer caso a las protestas de Qin, Wuxian tomó a su jefe de los brazos, lo arrancó de la cama, para llevárselo con él. La playera de WangJi estaba tirada en el piso, pero su bañador aún estaba puesto: Wuxian había llegado a tiempo.

—Me siento mal... —La cara de WangJi se puso de un color grisáceo: su organismo estaba rechazando la cerveza. Apenas logró llegar a su habitación, y de allí al baño, en donde  vació su estómago, por suerte adentro del inodoro. 

—¡Qué asco, Lan WangJi! ¿Una sola cerveza te pone así? —Wuxian en ningún momento había soltado a su jefe, que no se sostenía en pie. Tuvo que soportar el asqueroso espectáculo, tratando de mirar hacia otro lado—. Igual creo que salve tu dignidad, porque hubiera sido horrible que vomitaras sobre la cama de las chicas...  ¡Pero qué asco!

El teléfono sonó, y el chico fue a atender después de dejar a su jefe sentado en el suelo y abrazado al inodoro.

—¿Pudiste sacarlo? —XiChen había vuelto a llamar para averiguar qué había pasado.

—Si, lo tengo aquí conmigo. Está vomitando todo, pero no pasó más nada.

—¡Gracias a Dios! Dale bastante agua fría, y trata de que se acueste. WangJi es un desastre para la bebida… No puedo creer cómo Qin lo engañó de esa manera. 

—Fue mi culpa —musitó el secretario—. Él me pidió a mí la cerveza sin alcohol, y yo dejé que Qin se encargara de llevársela. 

—Tú no podías saber que ella le iba a tender esa trampa. Pero estuviste muy acertado al llamarme. —XiChen bajó un poco el tono de su voz—. WangJi no puede casarse con esa mujer. Él no siente nada por ella, pero le resulta imposible desobedecer a nuestro tío…

—¿No podría llegar a quererla con el tiempo?

—Él nunca va a querela. Te lo aseguro.

—Pero, ¿por qué?

—Eso yo no puedo decírtelo, Wuxian...

El asunto se estaba poniendo cada vez más misterioso, pero el secretario no tuvo tiempo de seguir haciendo preguntas: saliendo del baño con pasos tambaleantes, venía lo que quedaba de Lan WangJi, pálido como un muerto y aún con su bañador puesto:

—Quiero dormir...

—Debo colgar, XiChen. El borracho de tu hermano me reclama...

Sintiendo las carcajadas del mayor, el chico colgó el teléfono y se enfrentó a ese hombre que necesitaba un baño con urgencia:

—No puedes ir a la cama así, Lan WangJi. Estás lleno de arena. 

—No me importa... —El hombre dirigió sus pasos inciertos hacia la cama, pero Wei Wuxian atrapó uno de sus brazos y lo arrastró a la ducha:

—Ésto no te va a gustar, pero después me lo vas a agradecer. —El primer chorro de la regadera salió helado hacia la espalda de WangJi, que lanzó un grito. Después de pedirle disculpas, Wuxian reguló la temperatura del agua hasta que la sintió agradable, y cerró la cortina para que su jefe se bañara tranquilo.

La cortina era bastante opaca pero dejaba ver algo. Wuxian no se atrevió a mirar los movimientos de su jefe, que de pronto sacó la mano por el borde y tiró el bañador fuera de la ducha. El chico tragó grueso, tratando de no hacerse una imagen mental de la desnudez de su jefe. Intentó salir del baño, pero WangJi, que también lo observaba a través de la cortina, lo detuvo:

—¿A dónde vas? —El agua fría le había devuelto la sobriedad, pero aún estaba mareado—. Debes quedarte aquí. No me siento bien...

—¿Aquí? —exclamó Wuxian— ¡¿En el baño?!

—Sí. Aquí, en el baño. Si me caigo, me ayudas. ¿Entendiste?

La picardía de Wei Wuxian apareció,  y con una risita le respondió:

—Pero estás desnudo, Lan WangJi... ¿Te sujeto igual?

El chico pensó que su jefe todavía debía estar borracho, porque le contestó sin dudar:

—Por supuesto. Tienes mi permiso. —Pero después siguió hablando, y le dijo algo que Wei Wuxian jamás le había oído decir—. Y…, gracias. Cuando salga de aquí te contaré la verdad.

Mi SecretarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora