Capítulo 9- Una historia triste

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Después de que Wei Wuxian se duchó y se acostó, Lan WangJi aún seguía despierto, un poco por el dolor de estómago y de cabeza, y otro poco por los nervios que le había generado la situación. El alcohol parecía haber abandonado su organismo, pero la resaca era tan espantosa como la que había tenido en su adolescencia. 

—Bueno, ya estoy aquí. —El secretario se acostó en su cama y se cubrió con las sábanas, esperando escuchar una buena historia.

WangJi necesitaba desahogarse:

—Yo no tengo madre... —La triste frase dejó congelado a Wuxian: su jefe le contó cómo había perdido a su familia, con la voz entrecortada por la congoja—. Mi tío es un hombre recto, y nos enseñó bien, pero siempre nos faltó afecto. Yo no recuerdo mucho a mi madre... —Casi no podía seguir hablando, pero tenía muchas cosas atravesadas en el pecho—, …pero a veces llega su voz a mi memoria. Me cantaba para que pudiera dormir. La extrañé mucho, y luego de que se fue, por mucho tiempo no logré dormir una noche completa, aunque XiChen me hiciera compañía. Mi tío no es una mala persona, pero siempre nos faltó el afecto de nuestro hogar… —Lan WangJi se detuvo unos segundos, tratando de recuperar la voz—. A pesar de todo, yo estoy muy agradecido con él, y no quisiera enfrentarlo e ir en contra de sus deseos…

—Pero entonces… ¿Vas a pasar toda tu vida al lado de esa mujer, solo porque tu tío arregló ese matrimonio?

—En realidad, no. Lo que pasó hoy me demostró la clase de persona que es Wen Qin. Yo no puedo casarme con ella, pero no se me ocurre qué hacer para terminar el compromiso sin que se arme un escándalo.

—¡Solo díselo a tu tío, WangJi! —exclamó el chico, que no comprendía la excesiva fidelidad de su jefe hacia Lan Qiren—.  Es la única forma. ¡Debes enfrentarte a él e imponer tu voluntad!

—Sí, trataré de hacerlo... —WangJi por fin se estaba rindiendo al sueño—. Debo tomar el control de mi vida…

Wei Wuxian lo observó mientras se dormía: Lan WangJi, con los ojos cerrados, tenía cara de niño. Un sentimiento de ternura nació en su corazón, junto con un poderoso deseo de ayudar a ese hombre confundido y agobiado por el sentido del deber. Pensó en sus padres y se sintió agradecido por tenerlos aún con él y, antes de dormirse, tomó su celular y llamó a su casa.  

—¡Hijo! ¿Cómo estás? Hace mucho que no teníamos noticias de ti... —le contestó su madre, feliz de escucharlo.

—Estoy bien. Lo siento, mamá, sé que los he descuidado. ¿Cómo está todo por allá?

—Más o menos igual, hijo. Tu padre está luchando por salir adelante, y yo también conseguí un trabajo de medio tiempo para aportar un poco más de dinero.

Wei Wuxian se lamentó de escuchar esa noticia:

—Lo siento, mamá… No me gusta la idea de que tú también trabajes, pero por desgracia yo tampoco gano lo suficiente como para seguir mis estudios. La vida en la ciudad es cara, y tuve que alquilar un pequeño apartamento en una zona suburbana, que igual se lleva un gran porcentaje de mi sueldo. Hice todo lo posible para matricularme en la universidad, pero no pude…

—No te pongas mal, hijo. Nuestra bancarrota no fue tu culpa, y que  puedas mantenerte solo ya es importante para nosotros. Yo lamento no haber podido ayudarte a continuar con tu sueño...

—Ni lo pienses, mamá. Tampoco estaba bien que yo dependiera de ustedes hasta que me recibiera. Dile a papá que se cuide, y que no se estrese trabajando. Yo voy a tratar de poner todo mi empeño y retomar mi carrera, como sea. Quiero que vivan tranquilos...

Wei Wuxian, un poco triste, se despidió de su madre. Al lado, Lan WangJi se había despertado al escuchar la conversación, pero no abrió los ojos.

                          ***

El día siguiente fue tenso: Wen Qin se fingió inocente, y trató de hacer  como si no hubiera pasado nada; Lan WangJi no volvió a hablarle. En un momento en el que ella festejó uno de los chistes de Wei Wuxian, intentó agarrarse del brazo de su novio, pero él se apartó y la hizo perder el equilibrio; la chica no llegó a caerse, pero quedó muy ofendida y ya no intentó acercarse a él.

Esa noche volvieron en avión a su ciudad. Wuxian iba muy contento y relajado después de los días de playa, pero las chicas estaban serias; ninguna había recibido el trato que pensaba: Meimei esperó algún avance de Wei Wuxian, pero el chico solo la había tratado con cortesía y amistad; Lan WangJi era una roca dura y fría, sentado en su asiento con los auriculares puestos y los ojos cerrados, ajeno al mundo.

Cuando salieron del aeropuerto, los esperaban dos coches, uno con el chofer de Wen Qin, y el otro con el de Lan WangJi. Las dos chicas, después de un rápido saludo, se metieron en el coche sin aceptar la ayuda del secretario para guardar su equipaje en el auto:

—Déjalo —le dijo Wen Qin, mientras Jin MeiMei le lanzaba una mirada resentida—. Mi chofer se encargará de guardar el equipaje.

—Sube al auto, Wei Wuxian —le ordenó WangJi, después de que las ofendidas mujeres se fueron.

—¡Oh, no se preocupe, Señor Gerente! Tomaré un taxi... —El secretario sabía que de ahí en más tenía que volver a ponerse en su lugar: ya no podía tratar a su jefe con la misma confianza que había usado para engañar a las chicas.

—¡Déjate de tonterías y sube al auto! —exclamó WangJi—. Te llevaremos a tu casa.

—¡Pero, señor…! ¡Yo vivo muy lejos! —dijo el chico, alarmado—. Lo haré perder mucho tiempo.

Pero Lan WangJi no le hizo caso, y le ordenó a su chofer que metiera el equipaje de Wei Wuxian en el baúl del auto. Derrotado, el secretario subió al vehículo.

Mi SecretarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora