27. Lo que el Edén me regaló

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Génesis

¿Qué podría haber hecho mi madre para que ahora me persiguiera el mismísimo diablo?

Lo cierto era que yo no tenía respuesta a eso, no podía tenerla, no cuando mi madre se había comportado como un ángel todo el tiempo que estuvimos juntas, no tenía ni un solo recuerdo malo con ella ni de ciertas conductas que la delataran en extraños comportamientos.

Me desperté muy de madrugada, no pude dormir lo suficiente, no después de la plática que sostuvimos con Nicolas, ni de esta lluvia de pensamientos y de lo mal que me sentí luego de querer que me ayudara con algo tan estúpido que consideraba un problema.

La idea de que esa mujer me había jugado una broma con semejante asunto, era un pensamiento muy intrusivo. Justo como había sido la respuesta de Lars a ello.

Tenía que parar, y detenerme a pensar en un plan más sensato de huida o de defensa si es que era al menos posible.

Pero, las palabras de Lars se reproducían en mi mente una y otra vez, era como un maldito disco rayado.

Una burla, y no podía seguir con la cabeza plantada en una almohada pensando en él y los innegables sentimientos que se habían empezado a concentrar en mí.

Así que aquí estaba mirándome en el espejo del baño de Nicolas mientras el terminaba de dormir tranquilamente o perturbado por sueños del averno.

Mi garganta picaba desde hacía cinco minutos y unas punzadas en la sien me estaban torturando, algo subía con acidez cada vez que tosía, y de pronto era como si todas las cosas malas que había hecho o me habían pasado regresaran de un solo golpe, con flashes de escenas entrecortadas.

Mi primer impulso fue llamar a Nicolas, pero no pude, me atraganté con la espesura de mi saliva, y subió más y más hasta que no pude retenerlo.

Me puse de rodillas al lado del retrete y el primer escupitajo que salió fue rojo, o casi negro. Y no me pude detener a las siguientes arcadas y a lo primero que salió de ahí en ese bodoque de sangre espesa.

Me moví al lavabo y seguí vomitando, algo que estaba envuelto en sangre, y a mano temblorosa mi curiosidad llevó mis dedos a tocar eso que parecía un pétalo de rosa, enjuagué varias veces la bola espesa hasta tenerla limpia y comprobar que eran pétalos los que estaba vomitando.

No me quedó mucho espacio para sorprenderme porque la arcada más dolorosa de mi existencia me apretó la garganta desgarrándome los tejidos a su paso, las lágrimas se escurrían de mis ojos, el sudor me invadía de cabeza a los pies.

Solté el primer escupitajo y el dolor se calmó solo un poco, la bola gigante que me estaba asfixiando impactó en el lavabo con un sonido horrible, que me forzó a abrir los ojos nublados por las lágrimas.

Una masa amorfa de sangre oscura casi color alquitrán, con algo sobresaliendo de entre esa cosa escalofriante, púas.

La puerta se abrió abruptamente sacándome de mi estupor.

- Te escuché gritar... - los ojos de un adormitado Nicolas se abrieron en cuanto se toparon con mi cara y luego con la masacre que había en el lavabo –. ¿Qué mierda es eso?

No pude contestarle, creía en ese punto que mi garganta se había desgarrado, temí haber perdido la voz, pero en cambio de comprobarlo solo abrí la llave del agua para que lavara los residuos de la sangre, mientras ambos contemplamos como se iba diluyendo y limpiando lo que quedaba.

Las conté y luego le dediqué a Nicolas mi mirada más horrorizada posible, pero su cara era aún más caótica.

- ¿Acabas de vomitar espinas? – escupió las palabras Nicolas como si estuviera diciendo la cosa más estúpida, e irrealista. Lo cual era completamente verdad.

Larscifer [parte 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora