L.
La lluvia arreció afuera, yo en su lugar, veo la bestia que descansa bajo mis pies.
El suelo de mármol crema manchado con las notas carmesí y el olor férreo, casi puedo sentir su sabor que flota en el aire, mezclándose con el incienso y la cera de las velas.
Hay demasiadas velas iluminando la pequeña iglesia abandonada a mitad del terreno baldío de esta sucia y solitaria ciudad.
Un silencio se ha instalado entre nosotros, pululando en el ambiente como si las moscas siguieran ahí cazando por la carne muerta de la cosa que nunca antes había visto.
No al menos en los recientes siglos pasados.
Su piel parece cuero gris corrugado, lo siento como un espejo, como realmente me ven los que logran mirarme antes de morir sin haber cumplido parte de nuestro trato.
La puerta se abre de par en par y ninguno de los 5 que observamos la bestia con curiosidad hace el esfuerzo por ver quien es el que ha decidido entrar a empapar el piso con sus zapatos mojados.
El olor a muerte invade la instancia, aunque esta vez no es por la evidente escena, sino por la cosa casi hombre que ha entrado.
Diodor.
Sus pasos húmedos son lo único que logra disipar el ruido de las escenas que pasan por mi cabeza.
Lo más interesante es que sabía de la existencia de estas cosas, por la iglesia por supuesto, pero no porque ellos hicieran algo al respecto por eliminarlas.
Sino porque ellos especialmente han sido los encargados de conservarlas alimentándolas con carne joven.
La bestía que yace en la pulcritud, no sólo es una bestia, alguna vez fue una mujer, y la mitad inferior de su cuerpo desnudo lo decía.
Un sollozo ridículo rompe el silencio una vez más.
Mis ojos se arrastran con pereza hacia el hombre medio calvo vestido con sotana que está parado en medio del altar, sus lentes están empañados gracias a su constante parpadear nervioso.
Reza, pero nadie escucha.
Solo yo.
Y el arlequín burlón a su lado que lo ve como si fuera su próxima cena.
Algo que quiere ensuciar, romper y jugar hasta el cansancio.
Le doy una mirada en advertencia, y este me dedica una mirada más cercana a algo parecido inocencia.
Este hombre es mío, yo me encargaría de él.
- Sabes que no fui yo, ellos solo me encargaron custodiarla antes de su intervención - susurró palabras rápidas y claras a pesar de que de un momento a otro se rompería bajo mis ojos.
- Lo sé- digo con desgana y un dramático suspiro.
- Pero aceptaste estar de acuerdo en esta atrocidad - este hombre sabía quien era yo sin siquiera hacer una presentación adecuada, un hombre de fe cristiana podría reconocerme con facilidad.
Este hombre podría ser bueno en unas cosas, mientras que en otras era una total lacra.
- Era el mandato del señor - alega su mediocre excusa.
Una risita emana de los labios de Keith.
Está jugando con el arco de su oreja y luchando por mantener su lengua fuera de la piel amarillenta del hombre sexagenario.
- A el señor le interesan muchas cosas, pero tu no estás ni siquiera al final de su lista - arrullo mirando con pesar de nuevo el ser y debatiendo cual es la mejor opción -. Y esa cosa menos.
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Larscifer [parte 1 y 2]
General FictionPero, como todo pecador tiene su maestro o su musa, para los caídos existía Él. El primer caído. El que no tenía como característica especial la Lujuria, la Violencia o la fascinación por el ocultismo. Lo contenía todo en su interior, tenía como ins...