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Génesis
Me tomó alrededor de veinticinco minutos entrar a Rosaville con un trote cansado, eso después de que mis emociones y por todo lo que había pasado hiciera una explosión monumental en mí, me desarmé en lágrimas, y perdí la cordura totalmente en cuanto estuve a punto de entrar a la estación de policía para contarles como un hombre le había cortado la cabeza a mi padre sin tocarlo.
Como primer instancia luego de plantar bien los pies sobre la tierra, decidí dejarlo estar, por ahora, porque por más que odiara a mi padre, no podía dejar su cuerpo allí ni dejar de orar por él y por mí, porque era lo que me quedaba hacer únicamente en esta casería que acabaría conmigo tarde o temprano.
Entré a la iglesia, antes mirando a los lados de la calle concurrida por pocas personas, jalé de las mangas de mi sudadero para ocultar las marcas en mis muñecas causadas por la fricción de la correa que tanto me costó desatar.
Era uno de los muchos otros momentos que no quería recordar.
Mis pasos eran inseguros con el aporte de mi cojera un total calvario atravesar filas y filas de bancas vacías, el olor a incienso se filtró en mis fosas nasales, las vidrieras de colores con representaciones bíblicas, gracias al reflejo del resplandeciente sol de mediodía aportaban una iluminación bastante hipnotizante, y yo sabía muy bien cuál era el objetivo de ello en los ventanales de las iglesias.
Era un llamado.
A la divinidad, hacia algo más profundo y fuera del entendimiento humano.
Cuando encontré una banca que estuviera en el lugar más cercano al altar, pero algo alejado de los primeros asientos, me concentré en los hermosos arreglos florales que decoraban toda la parte frontal del templo, todo tipo de clases de flores, excepto las condenadas rosas.
Inspiré profundo cerrando los ojos, llenándome de la calma que siempre me brindó la iglesia vacía. Tardé algunos minutos meditando lo más relajada que podía estar, sentada porque mi cuerpo no podía ceder sobre sus rodillas.
Pero no sentí nada, no sentí algo de lo que buscaba al venir aquí, era como si esa vocecilla de bondad, esperanza y aliento se hubiera escapado de entre mis manos.
Así que me puse de rodillas con todo el peso de mis huesos adoloridos y supliqué con lágrimas calientes bajando por mis mejillas, y el sudor frio recorriéndome la nuca, el símbolo de un recordatorio de mis miedos.
Miré la imagen que quedaba más cercana a mí, miré su sufrimiento, clavado en esa madera. Junté mis manos sudorosas y sangrantes, suspiré, y lo hice.
- Por favor - sollocé -. Sé que no tengo nada para entregarte, más que solo un corazón enfermo rodeado de una oscuridad que desconozco, pero que todos dicen poseo, ayúdame, ayúdame a liberarme de él, dale a alguien más esta cruz porque es muy pesada para mí, y yo ya estoy muy cansada para cargarla...
Me atraganté con mis palabras sintiendo como el temblor recorría mi cuerpo completo, apreté los párpados y más lagrimas fluyeron de ellos como caudales tibios.
- No quiero tener nada que ver con él, sé que... sé que te he fallado y pido perdón a tus pies, no sabía quién era cuando me enamoré de él, no sabía que era Lucifer.
Mis manos dolían de tanto apretarse la una con la otra y mi corazón se sentía más dolorido al entrar en la realización de que finalmente lo había admitido, y eso no me hizo sentir más liberada, fue todo lo contrario, me mortificó y me enfermó más de lo que ya me sentía.
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Larscifer [parte 1 y 2]
Ficción GeneralPero, como todo pecador tiene su maestro o su musa, para los caídos existía Él. El primer caído. El que no tenía como característica especial la Lujuria, la Violencia o la fascinación por el ocultismo. Lo contenía todo en su interior, tenía como ins...