4. Un acuerdo con el diablo

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Te vi.

Pero no puedo recordar si era un sueño o el deleite más hermoso de mi imaginación; cubierta en sangre de pies a cabeza, tu pelo castaño dorado, tu rostro delicado palidecía ante la espesa capa del líquido escarlata, tus labios en lugar de rosa contrastaban con el resto de la piel cremosa.

Inspiré lo más fuerte posible, tu olor, la esencia colándose por mis venas, inundando mi mente, complaciéndome en todo sentido.

El olor... se mezclaba con la manzanilla, la inocencia y rosas frescas, nadie excepto yo, conocía el verdadero aroma de esas cosas.

Amaba el sufrimiento que el rostro de esa pequeña e inocente criatura reflejaba ante mí, cubierta en sangre en medio de la lluvia, fue el último recuerdo que se coló a mis ojos, porque supe que no merecías las rosas solo por sufrir, sino más bien porque eras poéticamente inocente...

- Me tengo que ir - habló él, no el hombre de sus sueños. Sino más bien Heinrich que con ojos entreabiertos por el sueño vislumbró; las líneas de su rostro y un gorro azul de lana que llevaba. Desperezándose y aun asustada y aturdida por el extraño sueño; se incorporó apoyándose en los codos.

- ¿A dónde? - inquirió con la voz alterada, ronca.

- Tengo que regresar - entonces Génesis lo recordó y una punzada de melancolía se le instaló en el corazón - Te dejaré mi habitación, puedes subir, aquí hace demasiado frío - Ahora distinguiendo en la penumbra de la fría madrugada el rostro de Heinrich adquiría un brillo de preocupación.

Creía que era imposible quedarse en la habitación de su primo sin que no recibiera una reprimenda desagradable de Meredith antes de echarla. En efecto en esa oscura, lóbrega, taciturna y polvorienta habitación de sótano, se sentía un frío que en especial por las madrugadas la hacía encogerse, pero distanciada se sentían más segura. Y si Heinrich realmente en primera instancia hubiera sentido apatía por ella, le hubiese dejado quedarse en su habitación, por lo menos en su sillón. Quizá no estaba lo suficiente preocupado por ella, lo que ahora hablaba era algo de remordimiento.

Pero lo que más le rondaba en la mente, era que Heinrich ocultaba algo, o dicho de mejor manera: demasiadas cosas. Su forma de comportarse a como lo hacía algún tiempo atrás, era diferente; demasiado reservada.

Aun así, la idea de dormir en su habitación en ese momento no le pareció una opción agradable.

- Cuídate mucho - susurró y sintió como si un nudo se le formara en la garganta -, yo...

- Estarás bien - sostuvo su mano delicada y con el pulgar trazó círculos tranquilizadores en el reverso -, Nicolas te visitará algunas veces.

- ¿Se lo pediste? - reprochó un poco disgustada, con el ceño fruncido y algo humillada por el hecho de que la creyera incapaz de hacer amistades por su propia cuenta, sino más bien que terceros se sintieran comprometidos a hacerle ese tipo de favor.

- No, le caíste bien - demandó Heinrich con un gesto contraído de indignación y molestia -. Conozco a Nicolas, es bueno. Confía en mí.

- Bien - alejó la mirada un instante para luego dirigirla a él reprimiendo las lágrimas, se abalanzó sobre sus rodillas para estrecharlo entre sus brazos, lo abrazó muy fuerte que a él no le quedó opción que devolverle el abrazo.

Una avalancha de emociones se precipitó en cada uno, pero ambos compartían nostalgia y reprimían lágrimas. Compartían un lazo tan especial, más de lo que creían. Génesis se sentía molesta, confundida, frustrada, sola y triste. Mientras que Heinrich con la expresión fuera de la vista de ella, demostraba culpabilidad.

Larscifer [parte 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora