1. El pálido lienzo de una mujer muerta

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 Ella miraba por la ventana, por horas, suspiraba apoyando la mejilla en sus rodillas juntas y abrazadas a su pecho, el patrón de la suave lana de sus pantimedias dibujándose en su rostro.

Una mosca se posó en su dedo índice, la miró sin reaccionar hasta que su aliento se cortó y tuvo que parpadear, sus rizos cayendo por su espalda, la cabellera larga de meses sin cortar, con el color opaco y marrón brillando imperceptiblemente ante la luz triste de la tarde gris.

Las calles en ese pueblo eran amplias, grises, pero sin piedras, un vecindario muy normal de casas estilo victoriano, su mayoría destacaba por los colores grises. Incluso la casa de Lucy donde ella y su numerosa familia la habían acogido.

Escuchó la madera crujir, liberó otro jadeo de impresión, pero sin poder reaccionar por completo, solo alcanzó a cerrar los labios entreabiertos, desenfocar la mirada de un punto en la lejanía, un chico a dos casas de distancia, un chico joven muy normal.

La vieja casa gemía ante el peso, el olor a libros antiguos, aceites medicinales y hierbas muy olorosas impregnaba las paredes, el susurro de muchas voces hablando al menos unos tres idiomas diferentes.

Y por las tardes el olor de ese té le haría retorcer sus entrañas, el té que sostenía la chica parada a unos tres pasos de distancia entre la vieja butaca que ocupaba.

El olor a tierra húmeda no se había ido de su piel, cada respiración era como inhalar tierra o incluso el olor de la madera fresca, y entonces ella sentiría que el único color que podría ver sería el negro hasta que sus cuerdas vocales se rompieran y sus uñas crujieran astilladas.

- ¿Génesis? – la voz a su espalda llamó, ella solo quería salir y huir de esa profundidad que la engullía, pero moverse era un trabajo demasiado difícil.

Parpadeó, la sequedad en sus ojos era un ardor constante, la respiración se atascaba en su garganta, no obstante se las arreglaba para respirar.

- Es tu té – su voz no era la misma a como la recordaba en las tardes del bar, era algo dudosa, culpable incluso en cuanto se refería a ella –. Tomarlo te ayudará a...

Su respiración cedió, jadeó como si saliera de las profundidades del agua, dejó de abrazarse a si misma y sus piernas no le respondieron, cedieron a su peso en cuanto abandonó la mecedora, y con estrépito cayó al suelo apoyándose en las palmas, buscando aire desesperadamente.

La joven estaba aun de pie a varios pasos alejada de ella, sabía que era un episodio, eran casi diarios, si no ocurrían por el día, eventualmente sucederían en las noches, entre las pesadillas o sueños demasiado reconfortantes para ser verdaderos.

Por lo general, si se agravaban era justo que cualquiera de la casa hiciera una intervención, era lo que sucedía cuando alguien regresaba de la muerte. Al menos era lo más leve que podría sucederle.

La muerte no es de bromas, ni menos de jugar a malas tretas, Genesis tenía que ser agradecida con la nueva oportunidad, y una muestra de agradecimiento tan pequeña era beberse el té que ella mayormente le llevaba.

Cuando dejó de boquear y se limpió las lágrimas con mucha rabia, sus ojos fueron directo a las manos juntas de su acompañante, el humo era como un fantasma bailarín, ondeándose de izquierda a derecha, y el olor... era la risa de una criatura maníaca.

Genesis suspiró y dedicó una mirada vacía a la taza antes de sentarse, aun postrada en el suelo, y al fin estiró la mano con resignación.

- Aun no entiendo que haces aquí, honestamente – pronunció con voz seca y un tanto hostil, ver a Genesis era a veces como ver un cascarón, una vasija sin las flores que le dan vida, los colores de sus mejillas estaban ausentes y las pecas casi se habían camufleado en su rostro pálido.

Larscifer [parte 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora