9. La estatua del castigo

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El trinar de las aves, olor a tierra mojada, rosas y la sensación de que un tractor le pasó en todo el cuerpo; fue lo que despertó a Génesis de su gran letargo, dándose cuenta de que se había quedado dormida en el porche, enrollada como un gato en la pequeña silla y con la ropa ya completamente seca, sintió que los huesos le tronaban uno a uno mientras adoptaba una posición cómoda, era un bonito paisaje lo que se extendía a su izquierda, donde era más visible el cielo, el amanecer de una fresca madrugada en Rosaville, la carretera estaba desierta y al horizonte se extendían grandes hectáreas de bosque a lo alto, las montañas coronadas con gruesas capas de niebla. El clima era templado.

Bostezó y estiró los brazos, tenía un ardor en los ojos y una sombra rosácea. Tenía la ropa con olor a comida del día anterior, luego de olfatearse el cuello de la blusa, dispuso que necesitaría un baño urgente para posteriormente tomar el desayuno que proclamaba su estómago con insistencia.

Se puso en pie, tomó la mochila que descansaba a un lado del asiento, cuando tomó la manija de la puerta y la giró esta no cedió.

Por seguridad la puerta se mantenía cerrada, como era de esperarse solo cedería con una llave. Luego de golpearse la frente para quitarse el aturdimiento del sueño, buscó la copia de llaves que le había dado Heinrich. Se sentía aún muy cansada y sin fuerzas incluso para hurgar en el bolso, las consecuencias de dormir en el exterior, en una silla.

- Me voy acostumbrando cuando me toque dormir en el parque - murmuró mientras entrecerraba los ojos y apoyaba la frente en la pared.

- No creo que puedas - Génesis se sobresaltó dando pasos atrás al escuchar que le respondían. Suficiente para que el sueño desapareciera.

- Dios mío - se apoyó en el brazo de la silla para mantener el equilibrio mientras sus ojos demasiado abiertos se adaptaban a la figura del hombre.

- ¿Qué esperas? Entra - le sugirió.

- ¿Qué haces aquí Lars? - cuestionó ya manteniendo más la calma, sin evitar la sensación que él le causaba.

Se encogió de hombros sentado y viendo hacia la carretera con el gesto de seriedad aparentemente inalterable. Sus manos descansaban a ambos brazos del asiento mientras tamborileaba con sus largos dedos, Génesis se distrajo en los trazos de sus manos y antebrazos, tez que oscilaba entre lo cremoso y el blanco mármol, sus venas decoraban con sus característicos verdosos colores. Sumamente embelesadores.

- Pasaba en la carretera y vi una pobre mujer durmiendo en el porche de esta casa en medio del bosque - se encogió de hombros mientras lentamente torcía el cuello a la dirección de Génesis hasta que sus transparentes ojos se toparon con la alterada mirada de ella. Era una mirada con ápice de oscuridad, profundidad y diversión. Sus labios en cambio estaban inalterables, su forma, color, súplica de concupiscencia de los peores pensamientos.

- Y quisiste saber quién era - argumentó ella. Era la conversación más cercana que tenían luego de varios días.

Él no le había preguntado que le sucedió, no lo hizo ese día ni hasta la fecha. Entonces se le ocurrió la idea de que quizá él sabía lo que ocurría, en especial en el bosque, dado su aspecto misterioso.

- Deberías entrar - demandó volviendo la vista hacia la carretera, sin levantarse. Al ver que no lo hacía, Génesis se quedó parada incomoda.

- Deberías regresar, irte - le sugirió.

- Te esperaré - dijo sin pena, igual de perdido de siempre.

Génesis frunció el cejo y no se movió del lugar, pensando que decir. Movió los labios antes de articular algo coherente.

Larscifer [parte 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora