Prólogo: La llamada

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 Frustrado, Damon se cubrió la cara con las manos y se apoyó en el borde del escritorio, dándose pequeños cabezazos que no le hacían daño. La pantalla seguía exactamente igual cuando levantó la cabeza. El procesador de texto abierto, la hoja completamente en blanco con el cursor parpadeando en ella, recordándole que era absolutamente incapaz de escribir una frase coherente.

Justo lo que necesitaba, como si las cosas con la editorial no estuvieran suficientemente tensas. Todo sería mucho más fácil si le dejasen hacer lo que quería y dejar a Damien muerto, pero no, ellos querían otro libro para cerrar la saga. Como si cinco no fuesen ya suficientes.

Miró la hora y apagó el ordenador cuando vio que habían pasado tres horas. Tres inútiles e infructuosas horas en las que, un día más, no había sido capaz de escribir.

-Esta vez es definitivo, lo he perdido, nena. – murmuró en tono triste, acariciando con la yema de los dedos la fotografía de una sonriente chica rubia que adornaba el escritorio.

Había pasado más de un año desde la publicación de su último libro y no tenía material nuevo. Había perdido la inspiración, más que eso, se enfrentaba al mayor bloqueo que hubiese sufrido nunca en toda su vida. Definitivamente Andie, su agente, no iba a estar nada contenta con él, no le vendría mal desaparecer y llevarse a Evan Harper, el pseudónimo con el que firmaba sus libros, con él.

Al echarse en la cama de su lujoso y solitario ático de Nueva York se dio cuenta de que estaba completamente agotado mentalmente y, luchando por no dormirse, se retorció para coger el móvil y hacer una llamada.

-Hola, ¿molesto? – se esforzó por sonar animado y de buen humor.

-Sabes que no. – contestó Stefan, uno de sus mejores amigos. - ¿Qué tal te va, Damon?

-Bien, como siempre. – respondió automáticamente, como siempre que le hacían esa pregunta o su variante ¿qué tal estás?. – Oye, ¿te ibas de viaje, no?

-En dos días.

-¿Has encontrado a quién te cuide la casa?

-Aún no, ¿te estás ofreciendo?

-Puede, ¿incluyes la moto en esa oferta?

-Damon... - le regañó su amigo con mala cara. Damon nunca había sido muy fan de las motos, hasta que toda su vida se desmoronó y empezó a desafiar el tráfico de Nueva York con una de ellas en vez de con su adorado Camaro.

-¿Qué?, no puedo llevar mis cosas con la moto, tendré que llevar el coche. – se defendió el chico en tono inocente. – Además así te puedo llevar al aeropuerto, son todo ventajas.

-Sigues sin escribir, ¿verdad? – Stefan se dejó de rodeos.

-Ni una palabra. – bajó el tono Damon. – Necesito un cambio de aires, por favor.

-¿Cuándo vienes?

-Gracias tío, mañana por la noche estaré allí y así podrás enseñarme la casa y darme la lista de tareas. – se animó Damon al instante y Stefan supo que había hecho lo correcto.

***

Unas horas más tarde, Stefan recibía otra llamada, tan inesperada como la de Damon.

-Hola Stef. – le saludó la conocida voz de su prima Elena. Se llevaban apenas un año de diferencia y estaban muy unidos.

-Hola primita, hacía mucho que no te dignabas a llamar. – bromeó.

-Lo siento, he estado ocupada. – contestó la chica, con evidente deje de tristeza en la voz.

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