Capítulo 4: Perdona

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 Elena estaba dando vueltas en el pasillo sin saber qué hacer. Esa última frase de Damon la había descolocado y quitado las ganas de pelear. De hecho quería hablar con el chico, pero no se atrevía, por eso estaba dando vueltas delante de su puerta cerrada.

Necesitaba saber si Damon lo había dicho en serio, si de verdad se había preocupado tanto por ella que había salido a buscarla. Al repasar varias veces todas las acciones de esa noche se había dado cuenta de que no le había avisado de que salía, había dado por hecho él supondría que se había ido al cine y ya. En cierta forma, aunque bastante retorcida, tenía todo el sentido del mundo que hubiese reaccionado así.

Y precisamente por lo que había comprendido, no sabía cómo podría reaccionar Damon si intentaba hablarlo. Sus dudas desaparecieron en el momento en que escuchó el sonido, algo amortiguado aunque inconfundible, de un llanto. Cerró los ojos y abrió la puerta, a la mierda con las consecuencias.

Damon... - le llamó, quedándose paralizada tras haber entrado. La habitación estaba a oscuras y apenas le había echado un par de vistazos, no sabía moverse por ella.

¿Qué haces aquí? Vete. – se tensó Damon, pegándose más a la pared agradecido por la oscuridad. Al menos no le vería llorando desamparado como un crío.

Escucha Damon. – le ignoró la chica. – Creo que tenemos que hablar, yo lo...

¡Qué te vayas! – le gritó Damon, interrumpiéndola a mitad de la disculpa. Se secó las lágrimas y se giró en la cama hasta alcanzar la mesilla de noche y encendió la lamparita que había allí. Solo necesitaba unos segundos para echarla, podía aguantar sin llorar. - ¡¿Cómo tengo que decírtelo, joder?! ¡Lárgate! – continuó gritando, señalando la puerta con el brazo extendido. - ¡Déjame solo!

Elena le recorrió con la mirada. Se había metido completamente vestido en la cama y la tenía muy arrugada, el pelo muy revuelto y alborotado en todas direcciones, respiraba entre agitado y entrecortado y tenía los ojos rojos y casi de color gris en vez de azul. La chica bajó la cabeza cuando vio que una pequeña lágrima escapaba de su ojo derecho y le caía por la mejilla. Giró sobre sus talones y salió de la habitación como Damon quería.

El chico maldijo su debilidad y se limpió la traicionera lágrima que le había delatado, esperando que Elena no la hubiese visto. Volvió a echarse contra la pared, pegándose completamente a ella mientras se sumergía en los recuerdos que, inevitablemente, vinieron acompañados de más lágrimas.

***

Rebekah salió de la ducha envuelta en una toalla, con su larga melena rubia cayéndole por la espalda. Su prometido y futuro marido Damon estaba sentado con las piernas cruzadas en el centro de la amplia cama que compartían. Solo llevaba puestos unos bóxers negros y estaba completamente concentrado en el portátil que tenía delante.

La chica suspiró, ya acostumbrada a ser convertida en un ser invisible cuando Damon estaba escribiendo. El chico no podía evitarlo, se sumergía en un trance del que no había quién le sacase, y ella ya no gastaba energías en molestarse. Y menos hoy.

Se quitó la toalla y se vistió sin que Damon siguiera señales de vida hasta que se sentó a su lado, revolviéndole el pelo.

¡Eh! – protestó Damon, girándose a mirarla y los ojos casi se le salieron de las órbitas porque su novia solo llevaba unos formales pantalones negros y el sujetador.

¿No habías terminado ya? – preguntó Rebekah con gesto inocente. - ¡Damon! – gesticuló delante de su rostro porque el chico estaba absorto mirándola.

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