Capítulo 5: Mientras dormías

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 Pasó una semana en la que Damon aplazaba su partida día tras día, sin llegar a marcharse. Su excusa era siempre la misma, era incapaz de marcharse cuando veía a Elena escribiendo. Le podía la curiosidad por saber sobre que escribía, ¿pero cómo iba a ir a preguntárselo? Había tratado varias veces de acercarse, disimulando que estaba haciendo otras cosas pero en realidad intentando ver la pantalla. No había tenido éxito en ninguna ocasión, por eso seguía en la casa.

Por su parte Elena se había acostumbrado a tener a Damon rondando a su alrededor. El chico casi nunca decía nada e iba a su aire, alejándose si era ella quién le decía algo. Elena pensaba que estaba avergonzado porque le hubiera pillado llorando, y no iba tan desencaminada, por eso lo había dejado estar. Lo había comprobado con las disculpas, Damon ya se acercaría cuando considerase oportuno.

Hasta que eso pasase y pudieran empezar a hacer cosas juntos, Elena trataba de llenar su soledad como mejor podía. Todas las mañanas iba a la playa hasta la hora de comer y por las tardes, depende de lo cansada que estuviera, se volvía a la playa o se quedaba en casa para escribir. La mayoría de las veces era esto último, como estaba haciendo ahora.

Elena era más de fics largos y que no estuvieran ambientados en el mundo de los libros, pero esa mañana se le había ocurrido algo distinto y de un único capítulo cuando estaba en la playa. No había podido resistirse a escribirlo, se reía entre dientes mientras escribía, compadeciéndose un poco del pobre Damien.

Para variar, Damon estaba dando vueltas por el salón, entrando y saliendo de la cocina sin motivo aparente. El chico pasaba por detrás del sofá y trataba de captar algún vistazo de la pantalla, sin éxito. Ver a Elena hacer lo que él ya no era capaz de hacer le atraía como la luz a la polilla, incluso podría decir que el proceso le fascinaba un poco, como si simplemente mirándola pudiera averiguar la clave para recuperar la inspiración.

Vas a hacer un agujero en el suelo. – le comentó Elena sin apartar los ojos de la pantalla.

Damon dio un respingo al verse pillado, ¿tan obvio estaba siendo? ¿Elena habría adivinado que solo quería ver su ordenador?

Si vas a la cocina ¿me haces un favor? ¿Me traes lo que hay en el segundo estante del armario de la derecha? – le pidió Elena en tono inocente.

Teniendo en cuenta que ahí era donde se suponía que se dirigía y que estaba casi en la puerta cuando Elena había roto el silencio, al chico no le quedó más remedio que asentir.

Gracias. – dijo en voz alta, sonriendo después cuando Damon salió del salón. Ella tenía bastante paciencia, pero veía que como no le echara un cable a Damon, nunca superarían el punto en el que estaban ahora. Consolarle esa noche había sido tan bueno como contraproducente. – Detrás del tarro de las galletas. – le dijo al escucharle trastear y volvió a reírse entre dientes.

Guardó la historia que tenía a medias y apagó el ordenador, dejándolo a su lado en el sofá. Damon volvió con gesto inseguro y llevando una bolsa de chuches.

¿Esto? – preguntó, mostrándosela.

A Elena se le iluminaron los ojos ante la visión de las tizas y Damon se sintió un poco menos nervioso. Se acercó a dárselas, buscando las escaleras con la mirada por donde ya planeaba escaparse. La chica le llamó antes de que pudiera hacerlo.

¿Quieres? – le ofreció.

Damon dudó y le lanzó otra mirada a las escaleras.

No muerden. – le animó Elena. – Y te gustan, ¿no? El azúcar es bueno.

No cuando es mucho. – replicó el chico.

Una no te hará daño. – le insistió.

Mientras escriboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora