Prólogo

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I

La mañana era soleada y calurosa en Storybrooke, una rubia de piernas esculpidas y fuertes brazos caminaba decidida por las calles de la ciudad, en busca de la única persona que podía resolver su abrupta duda. Hacía exactamente dos semanas que el hechizo de la Reina Malvada se había roto y, aunque esa bruja sociópata ya estuviera bajo control, había algo que no permitía a la gran Salvadora adaptarse a ese pueblo de locos.

Hacía 14 días que había descubierto que no era huérfana, como siempre había creído, sino que sus padres eran Snow White y el Príncipe Charming, los legítimos soberanos del Bosque Encantado, lugar en el que, supuestamente, ella había nacido y había sido enviada al mundo que conocía a través de un armario mágico. Asimismo, acababa de averiguar que su mejor amiga, una simpática y alegre camarera de la cafetería en la que solía desayunar mientras leía el periódico, era en realidad Caperucita Roja, y como ese millones de casos más. Nadie era quien decía ser, nadie era quien ella había creído conocer, todos formaban parte de algo en lo que únicamente los niños pequeños más dotados de imaginación eran capaces de creer por pura fe, cuentos de hadas.

Caminó a una velocidad superior a sus capacidades humanas, quería llegar cuanto antes a ese dichoso establecimiento, quería acabar con su incertidumbre, quería respuestas a sus preguntas y sabía que, por misteriosa que fuera, esa era la única persona que podía ayudarla en estos momentos. Puesto que para la tan adorada sheriff de Storybrooke, hija de los príncipes, la mayor sorpresa al pisar por primera vez esa ciudad no había sido descubrir la realidad de la magia, sino la aparición de una inesperada personita en su vida. Alguien a quien había creído dejar atrás para siempre, un sujeto que formaba parte única y exclusivamente de su pasado y a quien creía que no iba a volver a encontrarse.

Su hijo, Henry Mills, había vuelto. Había viajado hasta Boston, la había buscado y la había llevado hasta esa extraña ciudad en la que ahora se encontraba. Le había contando infinitas e inverosímiles historias sobre magia, reinos y príncipes, pero ella, como madre preocupada que era, optó por ignorarlo, achacarlo a su imaginación y librar una batalla más importante que las que se emprenden con espadas. Emma Swan empezó una guerra que a duras penas pudo ganar contra Regina Mills, la madre adoptiva del chico. Si no fuera por su repentina fe en los cuentos de su hijo y su beso de Amor Verdadero antes de que se lo llevaran del hospital, Henry ahora estaría muerto, ellas devastadas y Storybrooke aún bajo los efectos del maleficio de la reina.

Es por eso que se dirigía a dónde se dirigía. Este par de semanas había podido disfrutar de la compañía de Henry sin la intervención de la insufrible alcaldesa, había podido hacer aquello que tanto tiempo había deseado y que otra mujer le había robado en su lugar, ejercer de madre. Sin embargo, Henry ya había crecido, el chico estaba por cumplir los 11 años y Emma sentía que se había perdido lo más importante. Es por eso que, cuando irrumpió sin educación en la tienda de Mr. Gold Pawnbroker & Antiquities Dealer, no tuvo miedo ni pelos en la lengua para formular su primera frase.

"¡Gold, quiero un bebé!"

9 meses por delante [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora