Te diré un secreto, las mejores personas lo están

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I

Un rayo de sol se coló entre las rosadas cortinas de la habitación del hotel e impactó directamente en uno de los ojos de Emma Swan. La rubia lo abrió lentamente, cubriéndose la vista con la mano derecha y bostezando. Emitió un gruñido de cansancio y, acto seguido, escuchó una sutil risa procedente de la misma habitación. Entonces recordó dónde estaba y con quien.

"Buenos días" dijo Regina alegremente desde el tocador.

La morena se encontraba sentada frente a una cómoda en una esquina de la habitación. No estaba vestida, lucía únicamente una bata de seda verde que había traído de casa, pero su cabello ya estaba perfectamente peinado. El de Emma, sin embargo, estaba desaliñado y tenía claras muestras de recién levantado. La sheriff se frotó los ojos para enfocar con claridad y fue entonces cuando su mirada se tornó nítida y advirtió a la alcaldesa retocando su maquillaje frente al espejo. Sus ojos ya habían sido decorados con una clara máscara de pestañas negra que las adornaba y alargaba y, en esos momentos, se dedicaba a extender unos polvos color avellana por su piel con una brocha.

"Buenos días" gruñó Emma con un deje cansado. "¿Dormiste bien al final?"

Regina detuvo sus movimientos. Soltó la brocha sobre el mueble y, después de unos segundos de claro desconcierto, cogió su distintivo pintalabios rojo.

"Ajá" contestó sin más, entreabriendo su boca para colorear sus melosos labios. "Gracias por lo de anoche" añadió muy rápidamente, casi como si no quisiera que Emma lo escuchara.

"No hay de qué" respondió Emma soñolienta, se sintió tentada a preguntar nuevamente cómo de frecuentes eran sus pesadillas, pero se mordió la lengua y se contuvo de ser demasiado sobreprotectora con la cuestión.

Emma Swan se puso en pie y se dirigió, con sus pintas de madre soltera que llegaba tarde al trabajo, hacia el baño. Se lavó la cara lo mejor que pudo, intentando despejar su mente aún borrosa por las pocas horas de sueño, se peinó la enredada melena y, finalmente, se vistió. Se puso unos vaqueros azules y una camisa de cuadros negra y acabó calzando unas botas marrones. Sin tacón, por supuesto. Al salir del cuarto de baño, Regina también había terminado. Lucía un pantalón de terciopelo de campana negro con líneas verticales blancas y una blusa azul marino con el último botón sin abrochar. La rubia sintió algo extraño en el outfit de la mujer. Estaba distinta. Lo sabía, pero... ¿qué era? ¿sería el cabello? ¿el maquillaje? ¿la ropa? Entonces se dio cuenta. No era nada de eso, era su estatura. Regina Mills estaba más baja de lo habitual y eso era porque, al descender la mirada, advirtió que aún no llevaba calzado.

Regina se movía por la habitación descalza, en busca de algo. Hurgó en su bolso, haciendo resonar el tintineo de sus llaves y el resto del contenido, pero volvió a dejarlo en su lugar. Antes de que la rubia pudiera ofrecer su ayuda para encontrar lo que fuera que buscaba, Regina lo localizó.

Encima de una balda de madera pegada a la pared descansaba la tarjeta que ejercía de llave de la habitación. La morena se acercó, estiró su brazo lo máximo que pudo y se puso de puntillas para alcanzarlo, pero fue en vano. Había dejado aquel objeto allí la noche anterior, mucho antes de descalzarse y meterse en la ducha, por lo que le faltaban los pocos centímetros que sus habituales tacones le proporcionaban para alcanzar aquella tarjeta.

Emma Swan avanzó un par de pasos y se colocó detrás de Regina. Se inclinó hacia delante atrapando su cuerpo entre la pared y el suyo propio y estiró su brazo para alcanzar aquello que la reina no podía. Emma se separó un par de centímetros cuando logró sujetar la tarjeta entre sus manos y Regina se volteo hacia ella algo nerviosa.

9 meses por delante [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora