La voz de la consciencia

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I

La alarma del despertador emitió una alegre melodía exactamente a las 8:15am, tal y como había sido programada. El manojo de cabellos dorados que yacía en la cama a pocos centímetros de la mesita de noche que contenía el aparato se movió emitiendo un pequeño gruñido, como sucedía absolutamente todas las mañanas. ¿Para qué me levantaré tan pronto? Se preguntaba Emma Swan cada día a la misma hora. A fin de cuentas, desde que Regina fue encerrada en el psiquiátrico de Whale el trabajo de sheriff se había reducido, cada vez había menos amenazas y su disponibilidad completa ya no era necesaria. Hacía aproximadamente un mes y medio desde que Emma había ofrecido a su padre, David Nolan, ser su ayudante de sheriff, por lo que la rubia había podido tomarse las mañanas de descanso mientras el príncipe la suplía y ella retornaba a su puesto por las tardes.

No obstante, cada mañana desde que Regina estuvo ausente el reloj de Emma Swan siguió despertándola exactamente a las 8:15am por una única razón. Tenía un hijo. Un hijo que entraba a las 9:00am a la escuela. La Salvadora había aceptado esa nueva realidad, aunque casi un año atrás, cuando llegó a Storybrooke por primera vez, no lo hubiera creído posible en absoluto.

Emma se puso en pie de mala gana, no era nada madrugadora y siempre se iba a dormir tarde. La noche pasada, de hecho, se la tiró colgando una dichosa lámpara de cientos de dólares en el refinado y bien pintado techo de la mansión de Regina. ¿Pero cuánto dinero tenía esa mujer? Se preguntó la sheriff, quien, a lo largo de toda su vida, había tenido que tirar de ingenio para sobrevivir. Cuando los desnudos pies de la rubia tocaron el frío suelo le entró un escalofrío. Había dormido con los muslos desnudos, luciendo únicamente una camisa de cuadros que le venía grande y que solo usaba para dormir. Emma se levantó y se dirigió hacia la triste maleta azul marino que se situaba en el suelo de la estancia.

Así es chicos, la madre del año todavía no había deshecho su maleta.

Cogió un par de prendas aleatorias, se cepilló el pelo y se lavó la cara y, una vez vestida, bajó a la planta inferior.

Cuando pisó el último peldaño de las escaleras que llevaban al vestíbulo, se sorprendió por el silencio que embriagaba el salón de la alcaldesa. Por algún desconocido motivo, Emma siempre había tenido la sospecha de que Regina Mills, como en la gran mayoría de las cosas, era todo lo contrario a ella y que, por lo tanto, sería una mujer madrugadora que para las 8:30am ya se habría duchado, desayunado y hecho las tareas de la casa. Sin embargo, no parecía que fuera el caso. Al menos no hasta que el sonido de una silla moviéndose surgió de la cocina. La rubia sonrió con autosuficiencia al tiempo que se dirigía a la estancia, creyendo que iba a encontrarse con la elegante reina preparando pancakes o huevos revueltos. Contra todo pronóstico, lo único que divisó al entrar cual celebrity por la alfombra roja fue la figura de un niño de 10 años sentado en la mesa de la cocina.

"Buenos días, chico" saludó a su hijo. "¿Qué haces?" se acercó a la mesa en la que estaba y le dio un beso en la frente.

"Espero a que mamá baje a prepararme el desayuno" respondió sin más.

"¿No puedes hacerlo tú?" cuestionó la rubia dirigiéndose hasta la nevera y abriéndola para debatir qué podía desayunar.

"Es que cada lunes solía preparar tortitas, pero desde que la encerrasteis me he quedado sin" se quejó cruzándose de brazos sobre la mesa.

"¡Oye!" exclamó Emma girándose hacia su hijo con el bric de leche en la mano derecha. "Comíamos tortitas dónde la abuelita" aclaró mientras abría los mil armarios de la cocina de la reina para encontrar un bol, aquello era un laberinto.

9 meses por delante [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora