canvis

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Varios meses después...

—No lo sé, David... no estoy segura.

—Vamos, cariño, puedes hacerlo —insistió, poniendo una de sus sonrisas encantadoras que solían convencerme de todo.

—¿Y si me duele? —hice morritos.

—No dolerá —lo mire enfurruñada—. Lo prometo —. Me devolvió la mirada cargada de diversión.

El gilipollas disfrutaba de mi sufrimiento, sin lugar a dudas.

Me arme de valor ingresando al lugar tan temeroso a mis ojos.

—¡Boludo! ¡Cuánto tiempo, chabón!

Mire a David queriendo transmitirle con la mirada: ¿y este?

Evidentemente, era argentino.

David le respondió con un corto abrazo.

—¿Qué te venís a hacer, bro?

—Hoy no me toca a mí. Es ella quien se hará —me observo de reojo con una divertida sonrisa.

—Hola —pronuncie por fin.

El hombre que tenía en frente —completamente tatuado de pies a cabeza—, me miraba con expectación en sus ojos.

—¿Primera vez? —asumió con certeza.

Asentí cada vez más arrepentida de haber tomado esta decisión.

—¿Ya lo tenes pensado?

Observe todos los dibujos que tenia pegados en la pared; diseños propios, de seguro, ya que eran bastantes originales. Pero yo ya tenía claro lo que iba a grabarme en la piel, ahora solo faltaba coger el suficiente coraje.

—Esto —le tendí el pequeño papel doblado que tenía guardado en el bolsillo de mi pantalón.

—Els amo per sempre —leyó en voz alta—. ¿Lo queres con esta letra?

—Si, por favor.

Ese papel lo conservaba desde hacía algunos años, y estaba cargado de mucho sentimiento ya que era la letra de mi padre. Lo había escrito una mañana antes de irse a trabajar; esos detalles eran tan propios de él.

—Okey, ¿dónde te lo queres hacer?

—Aquí —le señale mi piel, justo debajo de mi clavícula.

—¿Segura? Si es el primer tatuaje que te haces, ese lugar puede ser algo doloroso —me observo cauteloso.

—Oh, ¿de verdad? —mi mirada intercalaba entre David y el tatuador.

Ellos comenzaron a soltar risotadas al ver mi expresión horrorizada.

¿Con que querían meterme más miedo del que ya tenía, eh?

—Graciosos —ironice, volteando los ojos.

Me indico la camilla que estaba aún lado del local con un gesto, y yo dubite brevemente.

Aún estaba a tiempo de salir corriendo.

No seas cobarde.

Ya estaba acostumbrada que no invadas mi mente.

¿Me extrañaste?

No.

—¿Cariño? —la voz de David me distrajo de mis auto-sabotaje mental—. ¿Lista?

—Pan comido —reí con nerviosismo, autoconvenciéndome de hacer esto.

El hombre se sentó en una silla y comenzó a calcar la frase del papel que yo le había entregado en otro de un color azulado.

¿Por qué sentía que dolería como el mismísimo infierno?

El amor vs el zodiacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora