Ausencia:

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Recordaba muy bien como el dolor de cabeza la había despertado aquella fría mañana. Tan mareada estaba que terminó vomitando en el piso del sanitario. ¡Mierda! Pensó la mujer, asqueada, pero las náuseas volvieron y tuvo que correr al inodoro, patinando en el piso. La botella de champagne no podía haberle hecho tan mal, debía haber comido algo descompuesto el día anterior. Trató de hacer memoria, pero simplemente los pensamientos no llegaban a ella.

Ava tardó una hora en poder arrancar aquel día, se sentía realmente descompuesta. No obstante, no sólo era eso... sentía su cabeza dar vueltas, lenta, inconexa. Le costaba pensar con claridad y enfocar su pensamiento en una idea. Además, no tenía memoria de haberse acostado en la cama. Muy dentro de ella sentía que algo no andaba bien. Recorrió el largo pasillo, que comunicaba las habitaciones con la sala, aferrándose a las paredes para no caer. Una sensación de irrealidad la confundió aún más... faltaba algo allí.

En la sala, la mujer se dejó caer en un silloncito. Cerca de él descubrió una botella de agua, que atacó al instante con una necesidad anormal, sin comprender qué hacía allí. Debe haberla dejado, Ángela. ¿Habrá logrado Aurora que cambiara de opinión con respecto a la psicóloga? No se atrevió a abrigar esperanzas.

—¡ÁNGELA!... Por Dios, que mareo... ¡Ven, hija! —ordenó a toda voz y luego murmuró, llevándose las manos a la cabeza—. Qué mal me siento.

El silencio de la casa no fue roto por ninguna réplica, algo que desconcertó a su madre. Debe estar durmiendo todavía. Miró el reloj y, alarmada, vio que eran las 14.20 horas. ¡Se había quedado dormida! ¡El trabajo! Intentó pararse, no obstante las náuseas volvieron... "No puedo ni moverme".

—¡ÁNGELA! —llamó, pero cayó en la cuenta de que debía estar en el colegio.

No, no, pensó, hoy no tenía clases... ¡Pero qué perdida estoy! ¡Le costaba tanto pensar!... ¿Por qué demonios no la habría despertado, entonces? Buscó su celular, que recordaba haber dejado en la pequeña mesita, pero no estaba allí. Intentó calmarse y pensar. Sin embargo, su mente parecía dormir entre algodones.

Luego de unos cuantos minutos, el mareo disminuyó. Recién entonces, Ava se paró y fue hacia la cocina. El celular no estaba por allí tampoco. Necesitaba comunicarse con su jefa para explicarle la situación y también llamar a su hermana. Estaba preocupada, se sentía muy mal... Su mirada se dirigió hacia el fregadero de la cocina, los platos de la noche anterior no estaban allí, estaba todo muy limpio... anormalmente limpio.

—¡ÁNGELA! ¡Demonios! ¡¿Quieres venir aquí?!... No me siento bien —la llamó a toda voz. ¿Ella los había lavado?... Lo dudaba mucho.

Como no hubo respuesta, Ava acabó por enfurecerse. Fue hacia la habitación de su hija y abrió la puerta de golpe. Otra sensación de irrealidad la invadió. La cama estaba vacía y solitaria. ¡Qué extraño! La cama está armada, juraría que anoche estaba toda revuelta. Ángela no era de las que limpiaba su cuarto.

—¡ÁNGELA! ¿Dónde estás?

Su madre fue hacia el cuarto de baño y abrió, estaba vacío y olía mal. Voy a tener que limpiar este desastre, pensó desanimada. Luego abrió todas las demás puertas. Su hija no estaba en ningún lado. Volvió a la cocina y salió al jardín. El gran naranjo con su césped demasiado largo y sus malvones rosados se encontraba desierto. Las dos sillas de jardín reposaban solitarias bajo el pequeño techo de madera. Miró hacia el sendero de piedra que conectaba con el jardín vecino, tan diferente al suyo en cuidados, pero no vio a nadie. Ava volvió a llamar a su hija por si estaba en el patio de la casa de su hermana, sin éxito.

Dentro del hogar, comenzó a sentirse inquieta. El mareo había desaparecido dejando lugar a un fuerte dolor de cabeza que la hacía lagrimear. ¿Dónde demonios se habría metido? Pasaba por la sala cuando sus ojos descubrieron el celular. ¡Estaba en el piso!

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora