Luces rojas:

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El show había terminado, dándole paso a otra atrocidad, cuando Ava vio a su hija. Ángela estaba usando ropa interior de color rosa y le servía un trago a Alessi y a un hombre de camisa blanca que estaba a su lado. Este la golpeó en la cola con bastante fuerza, la fuente que llevaba casi cayó al piso cuando la chica se sobresaltó. Al moverse el hombre, Ava se dio cuenta de que era nada menos que Enrique. ¡Maldito hijo de puta! ¡Maldito retorcido! ¡Es su sobrina! Pensó la mujer. Furiosa, empujó a un joven semidesnudo que pasaba por un lado y se dirigió hacia ellos.

Enrique se había parado y estaba tratando de tomar por la cintura a la chica, que lo apartaba furiosa e intentaba alejarse. Sus dedos le dejaron tres marcas rojas en la piel por donde la había tomado. En sus ojos verdes se retrataba el asco y el miedo. Alfredo Alessi, de pronto, la empujó y Ángela fue a caer encima de su tío, mientras los dos hombres reían de ella. Parecían estar muy alcoholizados, ya que el cumpleañero se tambaleaba. La chica se levantó del suelo a donde había ido a parar y, cuando estuvo a la altura del hombre, lo escupió en la cara. La sonrisa en la cara de Enrique desapareció. De inmediato este la golpeó en el rostro tan fuerte que casi perdió el equilibrio, luego empezó a tocarla de manera violenta. Entonces, Ava gritó:

—¡Déjala en paz, hijo de puta! —Se había detenido a medio camino, debido a un grupo de sillas que le impedían el paso. A ese insulto siguieron un montón. Fue para ella una descarga eléctrica.

Enrique se dio la vuelta y su cuñada vio la sorpresa en su rostro.

—¿Mamá? —gritó Ángela, sin poder creerlo, mientras las lágrimas se escapaban de sus ojos verdes. Tenía la mejilla enrojecida por el golpe.

—¡No la toques más, pervertido! —exclamó Ava, justo en el momento en que alguien la tomaba por el cuello. Comenzó a ahogarse, el hombre que la sostenía la levantó del suelo y salió con ella por una puerta cercana.

Las pocas personas que se dieron cuenta de lo que pasaba rieron, pensando que era parte del espectáculo. La otra mitad miraba extasiada la sangre que caía del recto de la joven que estaba en la tarima y que comenzaba a deslizarse por el piso.

Ava fue llevada por Adriano con los pies al aire, había perdido los zapatos, hasta el final del largo corredor y en una pequeña habitación llena de polvo la lanzó al piso. El oxígeno comenzó a llenar sus pulmones y la mujer se sintió mejor. Se dio vuelta en el piso, mientras oía cómo el hombre cerraba la puerta con llave. Quiso gritarle algo pero sólo pudo emitir un horrible carraspeo. Del otro lado de la puerta, se oyeron voces.

—¡Idiota, les dije lo que pasaba! ¡Ahora me tengo que encargar de todo yo solo! —gritó Adriano.

—¿Cómo demonios entraron? —dijo otro hombre, pero no pudo precisar quién. Supuso que sería un guardia de seguridad.

Se oyeron pasos apresurados.

—¡¡La chica, Adriano, la chica!! —gritó el doctor Marfil.

—¡Mierda!

Las voces se perdieron en la distancia. Ava, desesperada, pensó en Romina. Miró alrededor y se dio cuenta de que estaba en una especie de despacho que ya no se usaba. Había un pequeño escritorio con la madera astillada, no había sillas, una estantería con algunos papeles en un costado y un cuadro de un paisaje horrendo, que no merecía estar en otro lado de la casa. Vio unas cortinas y corrió hacia la ventana, sin embargo al moverlas se dio cuenta de que tenían rejas. ¡No podía salir por allí! Caminó en círculos, con las manos en la cabeza. ¿Qué iba a hacer ahora? Tomó el celular que tenía a mano, pero este no tenía señal. ¡Mierda! ¡Mierda!

Fue entonces cuando advirtió el picaporte de una puerta muy estrecha que había confundido con una plancha de madera decorativa en la pared. La abrió, era un pequeño armario de escobas. Estaba vacío y a su derecha tenía un tragaluz. Ava lo miró esperanzada, Romina habría cabido por allí. ¿Ella podría? Estaba desesperada y muy asustada, pensó que en ese momento era capaz de meterse por el hueco de una madriguera. Abrió el tragaluz, que tenía un vidrio que se levantaba. Metió la cabeza, luego pasó los hombros con dificultad.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora