Desconfianza:

33 6 0
                                    

Ava se encontraba en su pequeño departamento, se sentía muy nerviosa y le temblaban las manos, por lo que decidió darse una ducha fría. Eran las pastillas, había dejado de tomarlas y tenía síndrome de abstinencia. Lo sabía, pero necesitaba la mente clara y la medicación la embotaba. Además, no recordaba las cosas como debía... En el teléfono había tres llamadas de su hermana. No tenía ganas de hablar con ella y las ignoró. Seguramente, pensó, no sería nada bueno.

El agua la tranquilizó un poco. Habían quedado con Manuel que él la pasaría a buscar en su moto el día siguiente, muy temprano en la mañana. Tendrían que cruzar la frontera. La única pista que tenían del paradero de Ángela era aquel lejano bar. Hacía ya muchos años de ello, pero quizá y apelando a la suerte alguien la recordara. Era su única esperanza.

El problema más grande que tenía Ava era que no existía foto alguna de la joven. Su madre se pasó las horas que quedaban de aquel largo día en pensar de dónde podía obtener una. Hasta que el nombre de su colegio vino a su mente. Cuando Ángela tenía trece años había ganado un primer premio en biología y había salido en el diario. La noticia debía existir aún y si la encontraba se juró a sí misma nunca volver a dudar de su memoria.

Ava tomó el celular para comenzar a buscar cuando este empezó a sonar. Era su hermana otra vez. Lo dejó en la mesa y esperó, sin embargo cambió de idea al darse cuenta de que si no contestaba era probable que la mujer fuera a su departamento de visita. Lo que menos deseaba en ese momento era ver su bonita y patética cara.

—¿Si?

—¡Ava! ¡He intentado llamarte todo el día! ¿Dónde estabas?

—Donde siempre, Aurora, en mi departamento —respondió en tono de aburrimiento. ¡Qué le importaba a ella lo que hacía!

—No es cierto. Fui y no estabas allí —le reprochó, ofendida.

Ava se sobresaltó.

—Debe haber sido cuando... cuando fui de compras —titubeó.

—¿Si?... ¡Pues te esperé una hora! Y tu auto no estaba.

—Fui en el auto —replicó molesta.

—Leticia te hace los mandados, lo sé. No me mientas.

—Ya no...

—Por favor, Ava, no me trates de tonta. Enrique está muy molesto —la interrumpió.

¿Enrique? Pensó Ava, desconcertada. Nunca le había importado a él lo que hacía de su vida.

—Le llamaron... Bueno, le dijeron que te habían visto en la casa donde vivíamos... ¿Qué hacías allí?

Un escalofrío recorrió el cuerpo de la mujer... ¿La habían estado vigilando?... ¡La maldita vecina! Recordó, molesta y nerviosa.

—Sí, yo... —Se interrumpió. No se le ocurría qué mentira decir.

—Llamaron a la policía. Creían que te habías metido a la casa, pero le dije a Enrique que no podía ser cierto...

—No, no. simplemente fui a ver mi casa. La pequeña. Estaba muy cambiada.

—Lo sé, la casa chica se vendió para poder costear tus gastos en la clínica. Ya sabes que fue mucho tiempo y fueron muy caros. Además, estaban los remedios y cosas personales y todo eso —dijo Aurora en un tono de excusa. Su hermana pensó con ironía que probablemente había sido más un buen negocio para sus parientes que para ella—. Por la casa grande no pudimos obtener mucho, por lo que la pusimos en alquiler. Estuvo una familia un tiempo y hace unos cuatro meses se mudó. Ahora está de vuelta en alquiler.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora