Morena

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Mientras Ava más le daba vueltas al asunto en su cabeza, más culpables parecían sus familiares ante sus ojos. Sin embargo, ya no sentía rabia y dolor... sentía miedo. Agradecía haberse podido contener y no seguir el impulso de llamarle a su hermana para gritarle todo lo que tenía atorado en el pecho. Decidió tener más precaución en el futuro y, también, descubrir qué había pasado con su hija. Una rebelión se estaba forjando en su pecho y de la mano la conducía la esperanza.

Tres días desperdició frente a la puerta del colegio Belgrano, esperando que apareciera Morena hasta que cayó en la cuenta de que ya no debía asistir a clases. Seguramente, el día en que la encontró estaba esperando a su madre. ¡Si debía tener unos veinte años! Molesta consigo misma, dio marcha atrás y al día siguiente aprovechó a pasar en el mismo horario en que la encontró antes: temprano a la mañana.

Ava dejó el auto estacionado a dos cuadras del edificio y caminó hasta allí, había visto un banco solitario ubicado en un lugar ideal para ver la puerta principal del colegio. Se instaló, decidida a hacerlo todos los días, así le llevara meses. La joven era su única conexión con el pasado de su hija y necesitaba descubrir qué sabía.

No tuvo que esperar tanto, la joven la encontró a ella. Caminaba en dirección al banco, por una larga pared de ladrillo perteneciente al edificio escolar, cuando sintió que alguien la tomaba del brazo. Asustada por unos segundos, luchó contra la fuerza que la obligaba a internarse por un pequeño pasillo ubicado a la derecha. Aquel estrecho sitio comunicaba con el patio trasero del colegio y estaba oscuro, por lo que tardó unos segundos en reconocer a la persona. Era Morena, vestida de negro y con una mochila a la espalda. Se detuvo a mitad de camino y allí, en la semioscuridad, pudo advertir el terror en los ojos de la joven.

—Estuve buscándola, señora Faro. ¡Todos estos días! —dijo en un susurro y en un tono de voz donde el miedo predominaba—. No me atreví a preguntar por usted a mamá. Ella sabe...

No pudo continuar. Negó con la cabeza y temblaba tanto que Ava temió que se desmayase. En sus ojos aparecieron lágrimas.

—¿Te sientes bien?

La joven no le prestó atención y largó atropelladamente.

—Ya vio las noticias... Alex... ¿Es cierto? ¡No puedo creer que él... esté muerto! ¡No puedo creerlo!... Esto no puede estar pasando.

—Me temo que es cierto.

—¡No! ¡No puede ser! —Un sollozo escapó de su garganta y las lágrimas cayeron como un torrente por sus mejillas pálidas.

Ava la abrazó, sin saber qué más hacer. La joven tardó unos minutos en calmarse y entonces pudo hablar.

—Usted lo buscaba, ¿por qué? ¿Habló con usted antes? No es posible que... que supiera de él. Nosotros nunca... Quiero decir... No recuerdo que supiera de nosotros —dijo de manera incoherente.

—Sí, hablamos antes —dijo Ava y tomó a la chica de los hombros, mirándola a los ojos desde su altura—. Escúchame bien, Morena. Esto es muy importante. Creo que la muerte de Alex se conecta con... con lo que me dijo de... mi hija, de Ángela.

De inmediato, un escalofríos recorrió el cuerpo de la chica y el temblor se hizo perceptible. En sus ojos había miedo, más que miedo: terror. Comenzó a negar con la cabeza.

—Yo, no sé de quién me habla...

—Sabes muy bien de quién hablo, si no nunca hubieras venido hoy.

Morena la miró, abrió la boca para decir algo, sin embargo el sonido nunca se asomó a los labios.

—Alex me dijo que quería decirme qué ocurrió con mi hija. Sólo que... me costó tiempo creer que era cierto. Yo... —dijo Ava sin saber cómo explicarse.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora