Consecuencias:

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Acababa de cerrar el grifo del agua caliente, cuando escuchó los golpes en la puerta principal de su departamento. Ava se asustó, tomó su bata de baño y dejó el sanitario. Con el pelo chorreando agua y tratando de secarlo con una toalla, atravesó el comedor y se encerró en su pieza. Sentada en la cama comenzó a balancearse de un lado a otro, mientras pensaba: "Vete, vete, vete". La imagen de la sonrisa del doctor Marfil aún estaba imprimida a fuego en su mente.

—Ava, soy yo. ¿Estás ahí? ¿Ava?

La voz de su hermana llegó hasta ella y la tranquilizó un poco. Había pensado el médico de una manera infantil y absurda. Se cambió lo más rápido que pudo y abrió la puerta. Enorme error, el primero que entró al departamento fue Enrique, detrás apareció el psiquiatra; y su hermana cerró la puerta. Ava se quedó petrificada, el horror y la traición la atravesó como una daga. Su cuñado empezó a gritarle de inmediato y así se enteró que la había visto en la puerta del bar de Raúl. ¡Estaba perdida! Pensó con horror. El hombre quería saber quién era su "nuevo amigo".

—Enrique, baja la voz, los vecinos oirán —le advirtió su esposa, interrumpiendo una cadena de insultos.

—¡No te metas en esto! —la amenazó. Aurora se encogió como un conejo asustado y no dijo nada más.

Para ese entonces, Ava ya había recuperado el dominio de sus sentimientos y estaba muy enojada.

—¡Pero qué problema hay con que tenga un amigo! —le dijo furiosa a su cuñado. ¡¿Por qué le gritaba así?! ¿Quién se creía que era?

—¡Qué hacían en ese lugar!

—Puesto que es un bar, obviamente estábamos tomando un trago, como hacen los adultos normales. La verdad, Aurora, meterse así en lo que hago —le reclamó a su hermana, mirándola con reproche. Esta no fue capaz de devolverle la mirada.

Enrique no la dejó continuar.

—¿Cómo se llama ese tipo? —le gritó con la cara enrojecida por la furia.

—¡Qué te importa! ¡Mi vida y lo que yo hago no te incumbe!... ¡Fuera de mi departamento! —le gritó Ava y fue hacia la puerta. Al poner la mano sobre el picaporte sintió un fuerte golpe en la cabeza y cayó al suelo, algo confundida.

Escuchó cómo Aurora lanzaba un grito y le rogaba a su marido para que no la golpeara más. Sin embargo, este no parecía tener la intención de matarla a golpes, ya que escuchó darle una orden a su amigo, que miraba impertérrito sin intervenir. Ava comenzó a mover los brazos e intentó pararse, a pesar de su mareo. El médico se acercó rápidamente a ella y pudo ver que tenía una jeringa en la mano. La mujer se desvaneció.

Manuel, por su parte, se encontraba en su pequeño departamento del edificio en donde trabajaba, cuando una anciana golpeó la puerta. Los bastonazos contra esta lo irritaron.

—Señora Lucero, le he dicho que no golpee la puerta con el bastón —le dijo, de la forma más amable de la que fue capaz.

—¿Qué? —dijo la mujer en voz alta, haciendo un gesto de que no lo había escuchado bien.

Manuel sabía que aquello era una farsa, la anciana escuchaba tan bien o mejor que él. Cada vez que algo no le gustaba, montaba aquella comedia. Sin ganas de discutir, le preguntó qué deseaba.

—¡El caño del demonio! ¡Bummm! —dijo e hizo el gesto de que había explotado.

¡Otra vez el caño del agua! Pensó, alarmado, el hombre.

—Está bien, ahora subo.

—¡No está bien! ¡Nada está bien en este lugar del demonio! ¡Se lo dije! ¡Se lo he dicho todo este tiempo! Algún día... ¡Bummm! —le gritó, molesta, mientras volvía sobre sus pasos.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora