El cumpleaños:

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Llevaban una semana en casa de Maximiliano cuando se dieron cuenta de que no iba a resultar tan fácil entrar al cumpleaños como pensaban. Ebony llamó al celular de Ava y le informó a Romina que habían suspendido la fiesta.

—¡No puede ser! ¡No se va a hacer! —exclamó Romina, que estaba sosteniendo a Milagros. Esta intentó quitarle el teléfono y tuvo que pasársela a Ava. Era la única persona en quien confiaba para cargar a su hija.

—Déjame terminar, nena... Sí se va a hacer, han cambiado la fecha. No es el fin de semana que viene sino el otro. Tengo que advertirte que han reforzado la seguridad. Ramona me va a entregar una tarjeta personal, todas pasarán por un sistema. Habrá una persona controlando todas las puertas. Oí a A.J. quejarse por las molestias, ya que tendrá que ir a buscar mi tarjeta. Él dijo que habían puesto el doble de hombres para la seguridad que en la fiesta de Brown.

—¿Te ha preguntado por mí?

—No deja de hacerlo, incluso tuvo una discusión con Adriano. Te andan siguiendo el rastro —dijo Ebony sin mucho interés en averiguar dónde estaba su amiga. Sabía por experiencia que mientras menos supiera de ella le iría mucho mejor.

—Bueno, lamento causarte problemas.

—No hay ninguno, nena, todo bien por acá. Voy a averiguar lo más que pueda para ver cómo puedo hacerte entrar. Luego te llamo —dijo y colgó de golpe, sin esperar respuesta.

Aquella no era una buena noticia, Ava se daba cuenta de las molestias que le estaban causando a Maximiliano con su presencia en la casa. El hombre estaba de mal humor, no le agradaban mucho los niños y Milagros era de los inquietos. Su energía desbordaba de ella. Manuel, a diferencia de su amigo, se divertía con la niña y parecía feliz, ya que Romina comenzaba a tener la suficiente confianza en él como para permitirle jugar con ella. No dejaba que la cargara nadie ni dejaba de mirarla un segundo, incluso cuando iba al baño se la llevaba con ella. No iba a permitir que por un descuido las separaran de nuevo.

Pasaron siete días más y la mujer comenzó a preocuparse. Ebony no había vuelto a llamar y Maximiliano había tenido una discusión con la joven madre a causa de la niña la noche anterior. Aprovechó la oportunidad de hablar con Manuel cuando se quedaron solos en la cocina.

—Deberíamos irnos a otro lado. Maxi está enojado —le dijo Ava.

—Lo sé, pero no se me ocurre dónde. Si volvemos a tu departamento o al mío, Enrique aparecerá. Quizá aún los vigilan.

—No se irán a ningún lado. —La voz del dueño de casa sonó a su lado y ambos se sobresaltaron—. Aquí hay lugar para todos.

Atravesó la cocina y sacó una taza para hacerse un café. El tono de su voz les pareció extraño.

—¿No te molesta? Estamos aquí hace mucho tiempo —lo tanteó Manuel. El hombre les dio la espalda.

—No.

Ava decidió que aquel día saldrían a pasear con la niña, así lo dejaban tranquilo toda la tarde. Había visto una plaza con algunos juegos cera de la casa, sin embargo cuando habló sobre sus intenciones, el propio Maximiliano les dijo que no era una buena idea. Era un sitio peligroso. En los columpios vendían drogas dos tranzas de nueve y diez años, y los clientes luego iban a la zona del tobogán. Era habitual que los vecinos encontraran algún cuerpo allí tirado. La policía no entraba al barrio a no ser que hubiera un tiroteo, donde los más perjudicados eran ellos mismos.

El hombre no propuso otra manera de distraer a la pequeña e insistió mucho en que no salieran de casa, algo que les pareció en extremo extraño. De todas maneras, esa tarde no provocó discusiones, ya que se la pasó hablando por teléfono fuera de la casa.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora