Las sweet girls:

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Cuando Ava se despertó al día siguiente, el auto del médico había desaparecido. Se preguntó, con más curiosidad que alarma, qué hacía allí y por qué no había subido a molestarla. No era una conducta propia de él y se preocupó. Más tarde pensó que se estaba volviendo paranoica.

La mujer desayunó, preparó un pequeño bolso con algunas cosas y salió del departamento. Como precaución dejó una de las ventanas con la cortina corrida y la luz prendida. En el celular tenía un mensaje de Manuel, que la esperaba a una cuadra del lugar. Había decidido que cualquier precaución que tomaran no estaba de más.

En el vestíbulo se topó con Leticia, que estaba sentada en un escalón, mientras escuchaba música. La saludó al pasar. Ava tuvo una idea y volvió sobre sus pasos.

—Leticia, ¿me harías un enorme favor?

—Sí, señora Faro —respondió, mientras se quitaba los auriculares.

—Si viene alguien y pregunta por mí...

—¿Cómo su hermana? Ayer vino —la interrumpió.

—Mi hermana o quien fuera —replicó, mientras asentía con la cabeza—. Podrías decirles que fui al supermercado. A ese enorme que queda en el shopping. ¿Lo conoces?

—Por supuesto, suelo ir a veces... No se preocupe, yo les diré.

Ava le agradeció sinceramente su amabilidad y salió del edificio. Allí se detuvo a observar, mientras fingía buscar algo en el bolso. En el estacionamiento había cinco autos más aparte del suyo, todos de vecinos que había visto muchas veces. No había nadie extraño deambulando por el piso de concreto. Ava caminó hacia la salida. Allí vio a una joven con un carrito de bebé, que la saludó al pasar, y se dirigió hacia la parada del colectivo que quedaba a media cuadra de allí. El movimiento de gente en la calle le pareció de lo más corriente y no notó que la siguieran, ni en un vehículo ni a pie.

Al ver a Manuel parado al lado de una moto, suspiró de alivio. Antes de cruzar la calle, miró hacia todos lados para asegurarse de que no la vigilaban. No vio nada extraño. Quizás había convencido a su hermana lo suficiente como para disipar las dudas de su esposo, pensó. Poco después, se encontraban fuera de la ciudad.

La mujer nunca había andado en moto y pensó que iba a ser una prueba de fuego, sin embargo le encantó. Muy sorprendida, disfrutó como el aire le daba en el rostro y la sensación de liviandad que le daba. A pesar de que el viaje duró horas, no cambió su modo de pensar.

En una parte donde se levantaban unas dunas, tapando los arbustos espinosos, Manuel se detuvo a un costado de la ruta. Era un lugar solitario e inhóspito. Por primera vez Ava tuvo una sensación de temor. Conocía muy poco a ese hombre... ¿Y si le hacía daño? Era alto, de anchas espaldas y con brazos fuertes; seguramente era capaz de quebrarle el cuello con una mano, pensó incómoda.

—¿Por qué nos detenemos? —preguntó, tratando de que su voz sonara normal y no se notara el miedo que sentía.

—Pensé que querrías ver el lugar donde hacíamos los intercambios. Aquí mismo estacionaba mi camioneta. Ellos se paraban más atrás... Justo detrás de esa duna —explicó el hombre, que no pareció darse cuenta que había puesto nerviosa a su compañera de viaje.

—¡Oh!... Podría haber pistas.

—No lo creo, pasó mucho tiempo... ¡Ava! —La llamó porque la mujer caminaba hacia la duna que le había señalado y pronto la escaló.

Tardó media hora en registrar la zona con la ayuda de Manuel, que no se resignó a quedarse con las manos cruzadas. Además, estaba preocupado por Ava que corría de un lado a otro sin preocuparse por el peligro de caer y quebrarse un hueso. Al final, esta terminó exhausta y lamentó su falta de estado físico.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora