Romina:

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Sus ojos tardaron un poco en acostumbrase a la oscuridad, por lo que lo primero que percibió fue el fuerte olor a alcohol. Un olor picante y rancio que le desagradó mucho. Ava se encontró en un típico bar rural con varias mesas cuadradas, vacías todas, con sus sillas encima. La barra estaba ocupada por un hombre de gorra oscura y mirada vidriosa, y la mujer que los había visto en la puerta. Apenas se percataron de su presencia, estaban más atentos al vaso que tenían en la mano. Detrás del mostrador no había nadie. Una tenue música se colaba por una puerta entreabierta al final del galpón, donde parecía haber gente.

Ava se dirigió hacia la puerta del final, pero se detuvo al ver a una joven que limpiaba el piso cerca de allí y que no había visto antes, ya que una pila de bancos la ocultaban.

—Disculpa —le dijo, llamando su atención. La joven se sobresaltó un poco, era increíblemente hermosa y parecía fuera de lugar allí. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa. No tendría más de veinte años.

—¿Si?

—Estoy buscando a Romina Plana, me dijeron que vivía aquí —dijo Ava.

En los ojos claros de la joven apareció una chispa de terror.

—¿Ah, sí? ¿Para... para... qué la necesita? —tartamudeó, mirando de reojo la puerta abierta.

—Sólo necesito hablar con ella. ¿Puedes llamarla? —replicó la mujer, como si el asunto no tuviera demasiada importancia. Intentaba que la muchacha se calmara.

Aquello pareció hacer efecto en el ánimo de la jovencita. Esta desvió su mirada hacia los únicos clientes que se encontraban en la penumbra del bar. Ninguno de los dos las miraba, ni siquiera parecía que estuvieran enterados de su presencia. Luego miró por sobre el hombro hacia la puerta abierta y asintió con la cabeza.

—Bien la llamaré, pero no le diga a nadie... No hable con nadie —susurró y dejó el balde, que tenía agua con detergente, en el suelo; luego atravesó la puerta trasera. La luz que entró por allí le robó unos reflejos dorados a su hermoso cabello.

Ava se sentó en una silla que habían abandonado cerca. Cinco minutos después volvió la misma joven. Llevaba sobre ella un saco de lana clara, llena de pelotitas. Parecía más segura.

—Venga, venga afuera —le dijo a Ava, mientras la tomaba del brazo y ambas salían del bar.

—Pero... pero ¿y Romina? —protestó.

La joven rubia no le respondió y solo cuando estuvieron fuera del bar la soltó del brazo. Luego la condujo hacia un costado del galpón. Allí habían colgado una soga que contenía ropa mojada. Una canilla goteaba sobre una canaleta de cemento, mientras un gato pardo lengüeteaba el pico. A unos metros se encontraba una puerta cerrada y sobre esta una pequeña ventana, desde donde salía vapor.

—Yo soy Romina... Hacía mucho tiempo que no... que no escuchaba ese nombre. Aquí me dicen Liana —dijo la chica, mientras se mordía las uñas—. ¿Qué quiere? No tengo mucho tiempo. Raúl se está bañando y nos ordenó que no lo molestemos... ¿Qué quiere?... ¿Quién es usted?

—Mi nombre es Ava y estoy tratando de encontrar a mi hija...

Aquello fue suficiente para que Romina se pusiera nerviosa y a la defensiva. Dijo precipitadamente:

—No la conozco, se lo aseguro...

—Se llama Ángela y esta es su foto —la interrumpió, poniéndole bajo los ojos una antigua fotografía de su hija, la única que tenía.

No obstante, la chica negaba con la cabeza y no la miraba. Cada vez se ponía más errática y nerviosa, movía los brazos diciendo que no sabía nada e intentó escapar por la puerta que había detrás de ella. Sin embargo, Ava la detuvo. El gato se asustó y huyó lejos.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora