La venganza:

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Al ver a su madre en la fiesta del hombre que la había comprado, Ángela recuperó el coraje que había perdido durante esos últimos meses. Siempre había creído que su tío le había hecho algo y que nunca más volvería a verla. Al pasar los años en profunda soledad, sus pensamientos siempre se dirigían a ella preguntándose dónde la habrían enterrado. Quería al menos poder visitar su tumba, pero nunca pudo preguntarlo. Al verla viva y sana algo en ella se removió y puso a flote el valor que necesitaba en ese momento para cambiar su vida para siempre. La existencia se le había tornado insoportable, los abusos habían subido de nivel y la constante pérdida de la realidad debido a las drogas que le obligaban a tomar, la estaba volviendo loca. Sin embargo, tomó al vuelo la distracción que se produjo en la casa. La chica se dio cuenta que nadie la vigilaba y se acercó de a poco a una puerta, luego salió de la casa, sin poder creer que hubiera sido tan fácil. Temblado entera y en ropa interior, corrió por los jardines oscuros. En la verja por donde su madre se había colado, se detuvo. Le costaba respirar y temblaba tanto, que tuvo que agarrarse de ella para no caer al suelo.

—¿Ángela?

Romina se acercó a ella desde el otro lado de la verja. Había vuelto por Ava en un ataque de culpabilidad que no pudo contener. Se había estado preguntando todo el tiempo si serían capaces de matarla y no pudo contener el impulso de regresar por ella.

—¿Cómo lograste salir?

—No... no lo sé —replicó, algo descompuesta.

—¿Estás bien? Vamos, sube, en cualquier momento viene alguien.

—No... no puedo... No puedo... respirar —replicó de manera entrecortada, mientras sus manos se deslizaban hacia el suelo y sentía cómo las fuerzas la dejaban y la vista se le nublaba.

—¡Tranquila, tranquila! —le dijo su amiga, mientras le tomaba las manos—. Trata de respirar despacio conmigo. Vamos tú puedes. No te pasa nada, es sólo un ataque de pánico y ya va a pasar. Solían darme cuando intentaba salir del bar.

Ángela hizo un esfuerzo supremo, mientras su amiga le hablaba se aferró a sus manos a través de la reja y cerró los ojos en un intento de recuperar la calma. Escuchó ruido a sus espaldas y tuvo pánico. Romina vio dos hombres correr y perderse en la oscuridad.

—Están lejos y no pueden vernos. No te preocupes, intenta... Bien, te ayudo —dijo, pero su amiga encontró en aquel terror la fuerza para impulsarse.

Cinco minutos después se encontraban a salvo del otro lado de la verja de la Mansión Alessi. Romina le dio a Ángela su largo saquito que llevaba encima para que se cubriera. El ajetreo de personas buscando algo se había alejado hacia el otro lado de la casa y luego desapareció. Ángela le dijo lo que había pasado y quiso volver por su madre. Romina lo pensó y decidió que primero tenía que ponerla a salvo a ella. Volvieron hacia donde estaba el auto con Maximiliano esperando.

—Si ha escapado, con seguridad la encontremos en el auto. Si no yo volveré, te lo prometo.

—Está bien —aceptó Ángela, las rodillas le temblaban aún de miedo.

Sin embargo, antes de llegar al auto se encontraron con una pareja cortándoles el paso. Estos discutían a los gritos. Romina reconoció al hijo de Alessi y empujó a Ángela hacia la oscuridad de una plantación de tomates.

—¡Maldito hijo de puta! ¿Creíste que nunca me enteraría?

Leo largó una carcajada.

—¿Todo era mentira? ¿El casamiento, todo? —preguntó la joven, furiosa e incrédula, mientras lo señalaba con el dedo. Tenía el taco de uno de sus zapatos roto.

—No puedo casarme contigo, Ebony. Eres una puta. ¿Lo entiende tu cabecita?... Mi prometida y yo teníamos un trato, a los dos nos conviene este matrimonio. Lo que pase dentro es cosa nuestra, seremos libres de hacer lo que queramos. Pensaba seguir contigo, tontita —le dijo de manera zalamera, para convencerla—. El matrimonio es solo un papel.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora