Milagros:

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Ava sabía que llegaban a la fiesta privada en honor de Brown muy tarde, sin embargo la estrategia de Maximiliano había servido. A esas horas los periodistas que se habían quedado allí eran pocos y se encontraban distraídos, tratando de combatir el aburrimiento con el celular o con la conversación de otros colegas, hasta que el grupo de actores saliera. Lograron entrar en el estacionamiento privado con el auto por una distracción del hombre de traje negro que lo cuidaba, ya que salió corriendo hacia la fiesta cuando recibió un llamado. Aquella actitud vaticinaba problemas.

—¿Habrá pasado algo? —comentó Ava, al ver la actitud hombre de negro.

—Sí, seguramente dos borrachos comenzaron una pelea, es lo típico que pasa en una fiesta y que sea para la clase alta no quiere decir que sea diferente a las demás —dijo Manuel, moviendo la cabeza de un lado a otro, y añadió—. Mejor para nosotros, podremos entrar y mezclarnos sin llamar l atención.

Estacionaron el auto en el único lugar que estaba libre, en la otra punta del rectángulo de concreto. Cuando iban a bajar, volvieron a subir rápidamente, ya que el sujeto de traje negro apareció. Junto con un compañero arrastraban a una joven pelirroja, que estaba borracha y daba alaridos de furia, con intención de sacarla a la calle por donde no los vieran los periodistas. La joven agarraba un pequeño bolso e intentaba golpear a uno de ellos, lanzando insultos de marinero. Otra mujer en tacones apareció en ese momento y se acercó a ellos corriendo, molesta y preocupada. Tomó del brazo a la pelirroja, que seguía gritando, y le dio una cachetada tan fuerte que sintieron el ruido. Esta se calmó.

—Le pido mil disculpas. Ella está a mi cuidado.

—Ha estado molestando al senador Ortega, le hemos dado tres avisos pero sigue haciendo de las suyas —dijo uno de ellos, algo sorprendido por el golpe del que acababa de ser testigo.

—Pensamos que se había colado a la fiesta —manifestó el otro hombre de traje negro.

—Les pido mil disculpas, yo me haré cargo de ella.

Estuvieron hablando unos minutos más, hasta que la rubia logró convencer a los dos hombres de que Tamy no iba a ser más un problema. Ramona tomó del brazo a la chica y juntas volvieron a la fiesta, estaba muy furiosa a pesar de que la pelirroja se había transformado en un animalito muy dócil. Los dos hombres las siguieron, mientras intercambiaban unas palabras.

—¡Vieron cómo le pego! Hay que... —se escandalizó Ava.

—No podemos hacer nada —la cortó en seco Maximiliano.

—Siempre dicen lo mismo y así pasan las cosas. ¡No podemos naturalizar la violencia!

—Pues yo vi como la "inocente" les pegaba con el bolso a esos dos hombres —replicó Maximiliano.

—Vamos ahora —dijo Manuel, acabando con la discusión, y lo tres bajaron del auto.

Estaban vestidos con un pantalón negro y camisa blanca, que tenía un bolsillo bordado con el logo del catering contratado para la fiesta. Pasarse por mozos era la mejor opción que encontraron. Maxi no conocía a un periodista, como pensaron al principio sus amigos, sino a una joven muy atrevida que trabajaba en el mejor servicio gastronómico de la provincia. Conseguir el uniforme fue más fácil de lo que pensaron. Sin embargo, nadie tenía que verlos llegar en un auto particular.

Una mujer con el mismo uniforme salió de la casa por una pequeña puerta lateral y les hizo seña para que fueran allí. Los tres cruzaron rápidamente el estacionamiento y comenzaron a caminar por la fila de autos estacionados al frente de donde estaban. No faltaba mucho para que llegaran a la casa cuando la misma mujer empezó, desesperada, a hacerles unas señas extrañas, que ninguno comprendió.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora