La agenda:

34 5 0
                                    

Estaba teniendo un ataque de pánico y lo sabía, le faltaba la respiración y el sudor bañaba su cuerpo. Ava estaba encerrada en un baño de la planta baja. Al ver al psiquiatra se había descompuesto. Su hermana le decía algo del otro lado de la puerta, pero no la escuchaba. Toda la concentración estaba dirigida hacia sus pulmones. "Respira", "respira". Se repetía a sí misma, en un murmullo apenas audible. Recién cuando lo logró, miró hacia arriba y vio la pequeña ventana. ¿Podría escapar por allí?

Un golpe fuerte en la puerta la sacó de su ensimismamiento.

—¿Estás bien? ¿Ava? ¡AVA! —la llamó la dueña de casa.

—Sí, Aurora... Ya salgo —se obligó a decir.

Apenas había visto a Marfil su cuerpo había reaccionado con un acceso de náuseas. Al acercarse él para saludarla, pudo oler aquel perfume que tanto la trastornaba. El olor que le traía desagradables recuerdos, fragmentos de pesadillas. El miedo la invadió por completo, recordó la última vez que lo había visto y retrocedió unos pasos. El hombre le había dado la mano, sin embargo ella no se la estrechó. En su rostro vio el desconcierto... y la molestia.

Ava se dio media vuelta y, murmurando una excusa, se encerró en el baño. Allí estaba, no obstante el terror aún persistía y no lograba recuperarse. Con las manos temblando de forma incontrolable, abrió el grifo del agua y se lavó la cara. Tenía que calmarse para poder pensar. Cerró los ojos e intentó vaciar su mente de todo pensamiento. Le costó mucho.

Lo primero que percibió fue que Aurora ya no estaba detrás de la puerta. Oía su voz a lo lejos, se había reunido con Marfil y su marido en la sala. Entonces aprovechó la oportunidad. Conocía sus límites y sabía que no podía soportar un nuevo encuentro con el psiquiatra y mucho menos conversar con él como si no pasara nada, con la mínima cortesía y educación. Almorzar en su presencia ni pensarlo. Muy dentro de ella algo le decía que era mejor enfrentarlo, pero no se creyó capaz de hacerlo. No por el momento... No ese día. Huir le pareció algo cobarde, no obstante era lo único que podía hacer. Su única opción.

Abrió la puerta, tratando de no hacer ruido. El corredor estaba desierto. Este desembocaba en el vestíbulo, justo al lado de la sala. La joven caminó por él apresurada y salió por la puerta principal. Ya habría ocasión para disculparse con su hermana.

Lo que Ava no sabía es que Aurora la había visto alejarse de la casa por una ventana. Corrió hacia ella. Estaba casi fuera de la propiedad cuando la llamó. Su hermana no se dio vuelta.

—¡Espera, Ava! ¿Te vas sin decir nada? ¿Qué demonios te pasa?

En ese momento la alcanzó y la tomó del brazo, para que se detuviera. Estaba molesta y avergonzada. ¿Por qué siempre su hermana la hacía sentirse así? ¿Por qué no podía actuar como una persona normal y cuerda? Entonces vio sus ojos rojos y supo que algo pasaba.

—¿Qué ocurre? —dijo, bajando el tono de voz.

Ava titubeó por un momento.

—Tengo que irme... Un asunto urgente...

—No me mientas. Es por Marfil, ¿no?

—Sabes que no lo tolero. No puedo ni verlo. Lo siento mucho, Aurora, sé que querías un almuerzo juntos, pero no puedo... No puedo fingir que todo está bien con ese hombre. Tengo que irme. Discúlpame con Enrique —dijo Ava precipitadamente, se dio la vuelta y siguió caminando. Estuvo a punto de mencionarle el incidente que había sufrido hacía poco, sin embargo vio incredulidad en los ojos de su hermana y cambió de parecer. Estaba molesta e irritada con ella, porque nunca le había creído todo lo que pasó con el médico.

Al poco rato la alcanzó Aurora. Ava pensó, molesta, que iba a discutir, sin embargo no fue así.

—¿En qué te vas a ir? ¿Caminando? —le preguntó con sarcasmo.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora