Maximiliano:

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No se detuvo a pensarlo ni por un minuto, ella sabía que aquello no podía hacerlo, ni se le pasaba por la cabeza entregar a Manuel a cambio de nada, ni siquiera a cambio de salir del mismísimo infierno. Sabía que las palabras del médico no eran creíbles, no podía confiar en él y le molestó que la considerara tan tonta como para hacerlo. Se negó rotundamente a dar las respuestas que se le pedían y el doctor Marfil se enojó. Estaba furioso con Ava y algo más se mezclaba con aquella rabia, algo que lo cegaba por completo: los celos. ¿Qué tenía ese sujeto que no tuviera él? Él podría darle todo.

El doctor Marfil empezó a gritar, olvidándose de toda precaución y perdió por completo el control. Fue hacia la silla en donde se encontraba la paciente y la tomó de los pelos, esta forcejeó, mientras era empujada contra el escritorio. La saliva la roseó: "Ahora vas a ver lo que se siente tener a un verdadero hombre", le susurró el médico con malicia e impaciencia. Ava se aterrorizó lo suficiente como para comenzar a gritar, mientras el sujeto trataba de silenciarla con la mano, pero no tuvo éxito, ya que lo mordió. Logró sacárselo de encima, rasguñándole la cara y mediante un empujón, luego corrió hacia la puerta del despacho. En el corredor casi chocó con el enfermero Estévez, que la miraba confundido, lo esquivó y siguió corriendo sin mirar atrás.

El director del hospital salió del despacho en ese instante, con la camisa corrida y fuera del pantalón en un extremo. Su rostro estaba desencajado por la ira.

—¡Atrápala, idiota! Y llévala... ya sabes —ordenó, deteniéndose cuando vio a Louisa y a otra enfermera doblar por la esquina del corredor y acercarse a ellos, mientras preguntaban qué ocurría.

Marfil no respondió y el otro hombre no se detuvo con contemplaciones.

—¡Lo atacó! ¡Atrápenla! —les ordenó Estévez a las dos mujeres.

Louisa palideció mucho, ¡ella tendría que haber estado allí! Ya le habían dicho que aquella paciente era inestable. Pensando en el destino de su trabajo, dio media vuelta y corrió por el pasillo.

Ava se detuvo recién cuando llegó a la sala de la televisión, allí estaba llena de otras pacientes y enfermeras. Pensó que estaba a salvo y que allí nadie se atrevería a tocarla, pero se equivocaba. Pronto apareció el enfermero con Louisa detrás y la otra enfermera, que respiraba de manera entrecortada. Luego comenzaron a forcejear con Ava cuando esta notó que Estévez quería inyectarle algo. Otras enfermeras se unieron a ellos, mientras hacían preguntas, que pronto fueron contestadas por Louisa. Ava vio como otras pacientes se alteraban o lloraban alrededor de ellos antes de quedarse dormida.

Aquella noche, cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que se encontraba atada a una cama en una habitación particular y con una cánula en uno de sus brazos. Se sentía pesada, confundida y la culpabilidad se mezclaba con estos sentimientos, ya que estaba segura de que había olvidado algo importante. Pasó largo rato hasta que alguien entrara al cuarto. Al ver el rostro de la enfermera Sandra, su mente se aclaró un poco. ¡Había frustrado todo el plan de Manuel!

Ava intentó hablar, pero las palabras pastosas que salieron de su boca no se correspondían a ningún idioma.

—No te preocupes, ya te sentirás mejor —le dijo la enfermera, mientras sacaba una jeringa de uno de los bolsillos del ambo junto con un pequeño frasquito.

La mujer le sacó la cánula y la desató, luego inyectó el contenido del frasquito en su vena. Se quedó un rato mirándola hasta que Ava comenzó a sentirse mejor. Su cabeza no estaba tan pesada y comenzaba a pensar con más coherencia. Sandra tomó su pulso y observó sus ojos con una luz que la hizo parpadear. Dejó la linterna en el bolsillo del ambo y ayudó a la joven a incorporarse. Esta se quedó sentada unos minutos.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora