Aún las manos le temblaban cuando subía por las escaleras hacia el tercer piso del edificio, donde se encontraba su humilde departamento. El ascensor se había roto hacía tiempo y parecía que no iba a volver a funcionar. Había basura, colillas de cigarrillo y latas de cerveza que se acumulaban en los rincones más inesperados. El lugar parecía apagado y en al ambiente circulaba un tufillo a sopa rancia. Estaba oscuro y la luz de la bombilla del descansillo parpadeaba, provocándole un molesto dolor de cabeza. Ava necesitaba llegar rápido, el pánico y la sensación sofocante de inseguridad no la dejaban en paz... algo no andaba bien en su cabeza.
Al llegar al segundo piso, a la mujer comenzó a faltarle el aire y el terror amenazó con paralizarle los sentidos. De reojo vio una figura en el fondo del pasillo cubierto por tinieblas. Se sobresaltó, ya que aquel departamento siempre había estado vacío. El frasco que aferraba entre sus dedos se deslizó y cayó al suelo. Asustada, se inclinó sobre él y lo recogió con rapidez. Aunque temía mirar, Ava volvió su vista al corredor. Allí no había nadie. Con lágrimas en el rostro, corrió por el último tramo de escaleras hasta su hogar.
Dentro del departamento, pudo respirar mejor. Su pecho subía y bajaba a un ritmo inusual. Sabía que estaba cursando un ataque de pánico y que debía calmarse. Estaba muy alterada, hacía mucho tiempo que aquello no le pasaba. ¿Cuánto?, intentó recordar. ¿Un año, dos? Pensó que había olvidado... Su discutible pasado había quedado atrás. Sin embargo, volvían los recuerdos como dardos envenenados.
Ava dejó el largo abrigo de lana en un silloncito y fue al baño. Allí encontró un blíster de pastillas, sacó una y la tragó. La quetiapina inundó su organismo. No debería haberlas dejado de tomar... quizá el cambio brusco de la química de su cuerpo la había llevado a ver cosas que no estaban allí... Cosas de su alterado pasado... Abrió el grifo y mojó su rostro. Ya va a pasar, ya va a pasar, repitió en su mente.
Recién cuando el sueño comenzó a adormecerla, Ava pudo relajar su mente y dejar de pensar. No le hacía bien pensar en ella...
—¡ÁNGELA! ¿Dónde estás?
El recuerdo de su voz apareció sin el menor aviso, traicionando su voluntad, y la sensación de frío la sumergió por completo... Recuerdos...
Sí, había sido un día frío de fines de junio y la suave llovizna helaba hasta los huesos. No encontraba a su hija, en ese entonces tenía... ¿Cinco años? Había buscado por toda la enorme casa de los Roux. No estaba para juegos. Su hermana llegaría pronto y aún debía alimentar a la niña, acostarla y preparar la comida. Aurora había sido muy amable al permitirles que vivieran con ella y su marido, Ava no quería causarles problemas ni darles motivos de disgustos. Sin embargo, Ángela era una pequeña muy traviesa, nunca le hacía caso y no era capaz de manejarla.
—Vamos, cariño, es hora de comer. ¡Ángela, demonios, no me hagas enojar! —gritaba inútilmente.
La mujer, derrotada, volvió a la enorme cocina; tenía que adelantar algo.
La niña apareció al cabo de media hora como un huracán que entra de pronto por la ventana.
—No vale, mami, tenías que encontrarme.
Ava, lanzando un suspiro, se dio la vuelta. Parada frente a ella, con el vestido de lana sucio y tela de araña en el cabello oscuro, se encontraba su hija. Sus regordetas mejillas estaban encendidas de rabia y apretaba los puños con fuerza.
—¡No estoy para juegos! Siéntate, ya está la comida —le dijo su madre, molesta. Luego observó sus pies desnudos—. ¡¿Y tus zapatillas?!... ¡Hace mucho frío!
—No tengo hambre —replicó la pequeña, cruzándose de brazos y sin moverse del umbral de la puerta. Sus oscuras cejas se juntaron en la frente y su boca se arrugó.
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Ecos de la memoria
Mystery / ThrillerUna madre, desesperada por encontrar a su hija desaparecida, descubre de pronto que aquella nunca existió. Sus familiares intentan explicarle la realidad: sus alucinaciones, su enfermedad que ha empeorado por la falta de tratamiento. Sin embargo, ob...