En una calle rural:

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De la nariz le corría un hilillo de sangre y tenía el ojo derecho bastante hinchado. Ava lo encontró escondido detrás de un contenedor de basura que estaba en medio de una callejuela oscura y sucia. Se encontraban a un kilómetro del Golden Bar. Manuel, mareado y medio desmayado, apenas se daba cuenta de su presencia. La cabeza le daba vueltas y el dolor le aguijonaba los párpados.

—¡Qué pasó! ¡Dios! ¿Estás bien? —dijo la joven, mientras intentaba que se parara. El hombre puso las manos sobre su cabeza en un gesto de protección—. ¡Soy yo! Ava.

La miró con el único ojo que le quedaba sano, aunque le lagrimeaba.

—¡Ava! ¿Cómo me encontraste? —replicó, mientras intentaba ponerse de pie. Al hacerlo se tambaleó un poco y tuvo que sostenerse del contenedor.

—Te vi salir... En realidad, vi cómo te sacaron esos tres sujetos. Estaba por seguirlos cuando apareció Enrique por la puerta, junto a él estaba ese sujeto gordo... el dueño.

—¿Te vieron?

—No, no. Me escondí —dijo la mujer, mientras volvía sobre sus pasos y se aseguraba que no hubiera personas en la calle cerca. Luego volvió—. Vamos, no hay nadie.

Tambaleando, Manuel caminó con su ayuda por aquel sucio lugar. El olor a podrido le golpeó el rostro y tuvo náuseas. Las ideas estaban mezcladas en su mente, pero comenzaban a aclararse.

—Tuve que esperar a que entraran —continuó Ava—, pero pude ver dónde te llevaban los otros. Antes de llegar, aparentemente se habían ido, porque te vi salir de ese descampado solo y te seguí hasta aquí. No había nadie más.

—¿Caminé hasta aquí? —preguntó confundido.

—Sí, más bien te tambaleaste. El descampado está aquí a la vuelta de la calle.

—Me tengo que haber desmayado —concluyó, ya que no recordaba mucho luego de que lo arrastraran hasta el terreno baldío y le trituraran la carne—. Vamos, pueden estar vigilando.

Volvieron a la calle y caminaron por ella tomados del brazo, como cualquier pareja que acababa de salir del bar. No había muchos transeúntes deambulando por aquel sitio. Encontraron un lugar medio apartado y allí se quedó Manuel, sentado en la escalera de una oscura entrada a un edificio. Ava volvió por la moto.

En el bar comenzaba a formarse una fila de jóvenes en la entrada, mientras la música salía desbordada por la puerta. La mujer tuvo mucho cuidado. No vio a nadie más que al tipo que cobraba en el umbral. De todos modos, no se detuvo a mirar por mucho tiempo, tomó la moto y se fue.

Poco después ambos se encontraban en una plaza, frente a una heladería llena de familias, pero un poco apartados de la gente. Ava intentaba curarle un poco una herida que tenía en la cabeza y la nariz. No se la habían quebrado de milagro, sin embargo estaba hinchada; aunque no tanto como el ojo. Había conseguido agua y unas servilletitas en la heladería, era mejor que nada. A esa hora no había lugar alguno abierto y menos una farmacia cerca. Manuel estaba mejor, sin embargo seguía mareado como para manejar.

—¿Me vas a contar qué pasó? —dijo Ava, mientras tiraba una servilletita llena de sangre en un tacho que había cerca del banco que ocupaban.

Una joven pareja con un niño muy pequeño los miraba de reojo, con curiosidad. Manuel largó un suspiro y se tocó el ojo, hizo una mueca de dolor. Su atención se desvió de la pareja hacia Ava.

—Mañana estará el doble de tamaño. En serio, ¿no quieres ir al hospital? —preguntó la mujer, preocupada.

—No, estoy bien.

—Como quieras —murmuró Ava, derrotada, y repitió la pregunta que antes le había hecho.

—Fue culpa del tipo. ¡Es un idiota! Y al final fue en vano. No pude sacarle nada —dijo Manuel.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora