Golden Bar:

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Esta vez sintió que estaba cerca, pero a la vez muy lejos de la verdad. Ava se sentía culpable por lo que dejaba atrás, sin embargo ¿hacer una denuncia iba a ayudar a aquellas chicas? La joven ya lo había hecho y no la habían ayudado. No podía dejar de compararla con su hija. ¿Ángela también había tratado de escapar? Cerró los ojos, mientras el aire le rozaba el rostro. Pensaba en cómo se vería Ángela con veinte años, que eran los que tenía.

Antes de llevar a Ava a su departamento, Manuel le propuso ir a cenar. Estaban lejos de donde vivían y se sintieron a salvo de miradas indiscretas. La búsqueda debía permanecer en las sombras el mayor tiempo posible. Este era un detalle clave.

Entraron a un restaurante familiar bastante concurrido. Allí se sentaron al final de todas las mesas y un poco apartados de los demás.

—¿Y ahora qué hacemos? Ir allí fue en vano —dijo Ava, largando un suspiro.

—En vano no —replicó Manuel, mientras esbozaba una misteriosa sonrisa.

—¿A qué te refieres?

—Cuando me di cuenta que no habías salido conmigo, no sabía qué hacer. El hombre empezó a insultarme, así que crucé la calle para no tener que responderle. Me quedé allí dando vueltas. No salías y comencé a asustarme. Pensé que quizá estabas en problemas.

—Lo siento.

—Pero antes de decidirme a entrar de nuevo en el bar, salió un hombre. ¡Lo reconocí al instante! Aunque no lo conozco de manera personal, lo he visto muchas veces. Es dueño de otro bar que está no lejos de donde vivo. No sabía que allí había prostitutas, lo juro. No tiene bailarinas y nunca escuché nada referido a que hubiera mujeres ofreciendo sus servicios —dijo Manuel, frunciendo el ceño.

—Entonces... ¿qué hacía allí?

—Eso... ¿qué hacía allí? —repitió el hombre.

En ese momento los atendieron, pidieron la cena y devolvieron el menú. Ava aprovechó la ocasión para mirar el celular. No tenía mensajes ni llamadas de su hermana. "Todo transcurre normalmente", pensó animada.

—Podemos ir a preguntarle...

—¡Vamos ahora! —propuso, animada.

—No, mañana. Acuérdate de que es posible que te vigilen. Si tu familia algo sospecha pensarán que sales de noche.

Ava asintió con la cabeza, estaba de acuerdo.

—Además, necesito preparar lo que le voy a decir.

Luego de la cena fueron hacia el departamento de la joven. Pasaron varias veces por el acceso al edificio, hasta asegurarse de que nadie la espiaba oculto entre las sombras de las paredes o bajo el techo de algún oscuro vehículo. Manuel, precavido como solía ser, la dejó a una cuadra, en el mismo sitio en donde se habían encontrado aquella mañana.

La noche era cálida, pero ventosa. Ava se sentía esperanzada. Con la brisa habían nacido en su pecho nuevas emociones. Quizá aquel hombre podría darle alguna respuesta de las muchas que buscaba. Extrañaba a su hija y esa ansiedad por verla se mezclaba con la culpa. Todavía no podía creer cómo había sido capaz de creer tantas mentiras. Su recuerdo, su rostro, su sonrisa, ya no eran ecos de una memoria hecha trizas sino de un pasado real.

Ava caminó la distancia que la separaba de su hogar. Dentro del edificio de departamentos se detuvo y fue a ver a Leticia. Ella misma atendió la puerta y le dijo, precipitadamente y sin que le preguntara, que nadie había preguntado por su vecina.

—¿Viste entrar a alguna persona desconocida?

—No, señora Faro. Nadie. Y eso que estuve en la puerta casi todo el día. —Detrás de ella se escuchaba una discusión por lo que Ava comprendió el motivo. El bebé comenzó a llorar y Leticia se puso nerviosa. Miró por sobre su hombro y dijo—: Tengo que irme.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora