Nace una esperanza:

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—¡Y si era realmente ella, Manuel!... ¡Ángela en carne y hueso, que huía de alguien! Y yo de muy tonta pensé que estaba alucinando... ¡Un delirio de mi memoria! ¡Y me enojé tanto conmigo misma! ¡Quizá me necesitaba!... Recuerdo muy bien, recuerdo las sensaciones que me produjo ver su rostro. Ahora lo comprendo mejor. Parecía mayor. Eso me desconcertó por completo. ¡Ahora tiene sentido! Disculpa, he estado hablando sola sin pausa... ¿Qué piensas? —Ava tenía miedo que Manuel le dijera que estaba loca, que era su medicación.

El hombre la miraba con una expresión extraña.

—¿Aquí? —titubeó el joven, dudando.

—Sí, ¿por qué no?

Pensó unos minutos su respuesta, mientras miraba alrededor.

—¿A qué distancia de este lugar está la casa de tu hermana?

—No lo sé con exactitud, pero deben ser menos de cinco quilómetros —dijo Ava, no muy segura.

—Entonces... ¿crees que ellos la mantienen cautiva allí y que ese día se escapó, aprovechando la fiesta?

La joven mujer asintió con la cabeza.

—Exacto. ¿Qué otro lugar mejor que ese para mantenerla controlada?

Manuel asintió con la cabeza, sin embargo seguía dudando. ¿Por qué venderla para después recuperarla? No tenía mucho sentido. De todos modos, recordó que la joven había tenido problemas de conducta toda su vida, quizá fuera de las que causaban situaciones incómodas y su tío se habría visto en la obligación de tener que recuperarla.

—Ese día debe haberse escapado... Quizá volvieron a atraparla porque si no hubiera pedido ayuda de algún modo —imaginó Ava y añadió, más para sí misma que para su compañero—. Lo que no entiendo es por qué no dijo nada, simplemente desapareció.

El hombre casi no prestó atención a su última parte del discurso.

—Vamos, tengo un plan —dijo Manuel y, mientras se subían de nuevo a la moto, se lo contó.

A la Mansión Roja conducía una estrecha huella de tierra donde apenas cabía un vehículo, luego a unos metros doblaba en una curva cerrada, perdiéndose en la espesura de unos frondosos eucaliptos. Por lo tanto, la casa no quedaba a la vista del camino. Un largo portón de madera descolorida, con un cartel que anunciaba: "propiedad privada", separaba el camino de la calle pavimentada. Manuel detuvo la moto al lado del cerco de madera. No quería arriesgarse a que Aurora viera que su hermana venía en una moto con un hombre desconocido.

Ava se despidió de él y traspasó el portón. Estaba muy nerviosa, por lo que intentó controlar mejor sus emociones. Sin embargo, le resultó muy difícil llevar a cabo su resolución. Cuando la casa quedó a su vista tuvo una desagradable impresión. Le pareció que era una prisión de concreto... una cárcel bonita y llena de flores. Un infierno donde debía entrar. No obstante, cuando se acercó a la puerta su curiosidad aumentó. Había visto el auto de su hermana en el garaje, por lo que dedujo que la esperaba.

La puerta no tardó en abrirse y el rostro de Aurora apareció por el pequeño agujero que había entre la puerta y el marco. Parecía asustada y el alivio se notó en su rostro cuando reconoció a su hermana. Abrió más la puerta y la introdujo dentro, empujándola. Luego miró hacia todos lados y cerró con llave. La mujer estaba nerviosa y parecía fuera de sí.

—¿Estás bien? —le preguntó Ava, que no salía de su sorpresa.

—Sí, ¿por qué? —dijo, poniéndose a la defensiva. Su hermana no supo qué pensar.

—Tu mensaje fue de lo más extraño. No estaba aquí desde el cumpleaños de Enrique.

Aurora no respondió y, dándole la espalda, fue hacia la cocina. Allí prendió una luz, abrió la heladera y se sirvió un poco de vino blanco en una copa. Le preguntó a Ava si quería. Esta rechazó su oferta.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora